Una tarde
de septiembre de 1528, bajo una imponente tormenta, llamó a un albergue perdido
en el monte, un noble caballero. Sus vestidos eran lujosos, y el ventero,
después de inspeccionar por la mirilla de la puerta abrió complacido.
El recién llegado pidió lumbre para secar sus ropas y permiso para meter en la cuadra a su caballo. Como la tormenta no cesaba y la noche se echaba encima, decidió alojarse allí; mandó que le prepararan una buena cena y una habitación para dormir.
El ventero, imaginando que el caballero sería algún gran personaje extraviado en el monte y con sus bolsillos repletos de escudos, determinó apoderarse del oro, ya que a un rincón tan intrincado del bosque nadie le habría visto entrar. Le sirvió la cena lo más rápido posible, y sin cambiar palabra con él para que ,sin ninguna distracción, se retirara inmediatamente a su aposento.. El dueño de la posada, se despidió para acostarse, se metió en su cuarto, buscó un afilado cuchillo, y con gran agitación esperó a que su huésped estuviese acostado.
Escuchó un rato sin percibir el menor ruido, y sabiendo que ya con certeza el caballero dormía, abrió con cuidado la puerta, se lanzó sobre el lecho y clavó repetidas veces el arma sobre el infeliz durmiente. El asesino cuando comprobó a la luz de una bujía que el hombre estaba muerto, registro sus ropas, hallando en ellas varias bolsas de oro.
El hostelero se sintió feliz, varias veces contó las monedas y finalmente las puso en lugar seguro, metió a la víctima, rápidamente, en un saco lleno de piedras y cosido, lo cargó y lo transportó hasta la cercana laguna de Taravilla, la cual creen sin fondo y comunicada con la Muela de Utiel por abismos subterráneos.
Vuelto a casa, el criminal borró toda huella del crimen, se acostó satisfecho y durmió toda la noche. Al día siguiente, como no encontró el cuchillo, se inquietó con el pensamiento de que lo hubiese dejado clavado en el muerto y de que el arma llevaba grabada en la hoja su nombre y apellidos. Pero se tranquilizó pensando ¿quién podría verlo nunca ?, podría vivir tranquilo, ningún humano había llegado jamás al fondo del lago.
Pasados unos meses, una negra noche, un fuerte temblor de tierra se dejó sentir en la comarca, abriendo las entrañas de la Muela de Utiel, lo que hizo que bajaran las aguas del lago de Taravilla, finalmente desaparecieron en las entrañas de las simas y el lago quedó seco. Acudieron a contemplarlo los vecinos de los pueblos de alrededor y descubrieron un saco abierto por algo cortante y un cadáver con un puñal en la mano, ese puñal llevaba el nombre del hostelero grabado.
La noticia se divulgó rápidamente, y el asesino al verse descubierto, antes de ser detenido, se ahorcó de una viga.
Semanas más tarde las aguas comenzaron a llenar de nuevo el lago. Desde entonces se ha repetido varias veces el fenómeno, y los vecinos creen que las aguas se retiran cuando el lago esconde algún secreto, y vuelven a aparecer cuando se le ha dado al cadáver cristiana sepultura.
El recién llegado pidió lumbre para secar sus ropas y permiso para meter en la cuadra a su caballo. Como la tormenta no cesaba y la noche se echaba encima, decidió alojarse allí; mandó que le prepararan una buena cena y una habitación para dormir.
El ventero, imaginando que el caballero sería algún gran personaje extraviado en el monte y con sus bolsillos repletos de escudos, determinó apoderarse del oro, ya que a un rincón tan intrincado del bosque nadie le habría visto entrar. Le sirvió la cena lo más rápido posible, y sin cambiar palabra con él para que ,sin ninguna distracción, se retirara inmediatamente a su aposento.. El dueño de la posada, se despidió para acostarse, se metió en su cuarto, buscó un afilado cuchillo, y con gran agitación esperó a que su huésped estuviese acostado.
Escuchó un rato sin percibir el menor ruido, y sabiendo que ya con certeza el caballero dormía, abrió con cuidado la puerta, se lanzó sobre el lecho y clavó repetidas veces el arma sobre el infeliz durmiente. El asesino cuando comprobó a la luz de una bujía que el hombre estaba muerto, registro sus ropas, hallando en ellas varias bolsas de oro.
El hostelero se sintió feliz, varias veces contó las monedas y finalmente las puso en lugar seguro, metió a la víctima, rápidamente, en un saco lleno de piedras y cosido, lo cargó y lo transportó hasta la cercana laguna de Taravilla, la cual creen sin fondo y comunicada con la Muela de Utiel por abismos subterráneos.
Vuelto a casa, el criminal borró toda huella del crimen, se acostó satisfecho y durmió toda la noche. Al día siguiente, como no encontró el cuchillo, se inquietó con el pensamiento de que lo hubiese dejado clavado en el muerto y de que el arma llevaba grabada en la hoja su nombre y apellidos. Pero se tranquilizó pensando ¿quién podría verlo nunca ?, podría vivir tranquilo, ningún humano había llegado jamás al fondo del lago.
Pasados unos meses, una negra noche, un fuerte temblor de tierra se dejó sentir en la comarca, abriendo las entrañas de la Muela de Utiel, lo que hizo que bajaran las aguas del lago de Taravilla, finalmente desaparecieron en las entrañas de las simas y el lago quedó seco. Acudieron a contemplarlo los vecinos de los pueblos de alrededor y descubrieron un saco abierto por algo cortante y un cadáver con un puñal en la mano, ese puñal llevaba el nombre del hostelero grabado.
La noticia se divulgó rápidamente, y el asesino al verse descubierto, antes de ser detenido, se ahorcó de una viga.
Semanas más tarde las aguas comenzaron a llenar de nuevo el lago. Desde entonces se ha repetido varias veces el fenómeno, y los vecinos creen que las aguas se retiran cuando el lago esconde algún secreto, y vuelven a aparecer cuando se le ha dado al cadáver cristiana sepultura.
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