Los hombres a medio coser van por ahí deshilachados, como sin peso, como quien
se deshace en el aire, y apenas hilvanado al menor tropezón se abre en grandes
rotos, por los que se asoman los curiosos para ver el paisaje o los turistas
para contemplar los monumentos de la ciudad, hasta el punto, que muchos son los
que han llegado a pensar que estos hombres de tan rasgados son casi
transparentes. Pero ellos, ermitaños de la costura, aman sobre todas las cosas
ir así por la vida, ligeramente esbozados entre las cosas, libres del peso de
la ropa acabada sobre sus cuerpos. Deshaciéndose en largos hilos mecidos por el
viento cual leves cometas o hermosos espantapájaros.
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