Colocó el dedo sobre la tecla de llamada y notó la ansiedad agolpándose en su pecho cuando la presionó, lo que le recordó las emociones que sintió las primeras veces que habló con ella cuando se conocieron. La señal de llamada le llegó clara, y hasta recreó a miles de kilómetros el sonido del teléfono como un insecto moribundo sobre la mesilla o amortiguado en el fondo de su bolso. Escuchó la señal hasta que saltó el buzón de voz. Colgó y miró de nuevo a su hijo dormido mientras las lágrimas nublaban sus ojos y pensaba en cómo los silencios, las palabras que no se dicen, las llamadas que no se responden pueden contener un mensaje tan claro.
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