lunes, 8 de diciembre de 2014

Veinte años, Jp Torga


Como no recordarte…
Tantas y tantas veces te he visto pasar.
¿Cómo no recordar, esos tus ojos de niña?
¿Cómo no vivir bajo el color verde de tu mirada?

 
He pasado veinte años de mi vida añorando que tus ojos mecieran los míos sedientos de ti.
He sido un velero agitado por el viento de tus pestañas.
Me he hundido cada vez que ignorándome, mirabas hacia otro lado.
Me has devuelto a la vida, tal como un Lázaro de este siglo, y vuelto a andar con paso firme cuando con tu mirada  lentamente me acariciabas.

Es curioso… a lo largo de todo este tiempo no hemos cruzado ni una sola palabra, pero has sido capaz de matarme y resucitarme con tu adorable sonrisa.
“Mira, ahí viene…– me grito en un silencio ahogado por la ansiedad de tu presencia.

Y… como un niño espera su regalo, yo espero ansioso un gesto que me haga vivir… “Me ignora, no, no… ¡me quiero morir!… - Mis ojos se abren expectantes – espera... creo… ¡creo que ahora vuelve!”.

Me miras.
Tiemblo.

Me sonríes.
Soy feliz.

Te vas.
Te esperaré. 

La montaña rusa que habita en mi interior comienza a realizar su angustioso recorrido… “¿La veré mañana… o será tal vez ¿dentro de una semana?” - No importa, mi paciencia anidada a mi amor por ella puede con todo.


Veinte años… sí, veinte años han pasado ya y yo sigo inmerso en este juego que me atrae y me tortura. Sí, veinte años donde aún sigo viajando en el mismo vagón de esta mi particular montaña rusa. Hoy estoy arriba, mañana… mañana de forma vertiginosa estoy abajo… y ella y yo aún seguimos sin cruzar una sola palabra.

¿Es amor?
¿Es ingenuidad?
¿Tal vez devoción?
¿La habré idealizado?

“Ahí viene…”  Mi pecho se agita como el de aquel niño que fui. Caminas frente a mí con paso resuelto. Miras la pantalla de tu móvil. Sacudes el pelo en un gesto repleto de dulce coquetería. Me miras profundamente a los ojos.

Sonríes.
Tiemblo.

-         Buenos días – me dices con voz tan dulce como resuelta
-         Bu… buenos días – no estoy muy seguro, creo que he tartamudeado

Con gesto relleno de armoniosa ternura extiendes tus brazos hacia mí. Una poderosa fuerza magnética me arrastra hasta ti.

Me abrazas.
Cierro los ojos.

Puedo sentir tus senos dulcemente apretados contra mi pecho, tus caderas ceñidas a las mías. Tu cabeza se acomoda entre mi hombro y mi cuello.

Siento que estoy a punto de morirme de placer en vida.

Mis piernas parecen desfallecer, me abrazo a ti con pasión de adolescente… apasionamiento que brota a borbotones emanando como fuente de sangre desde mi corazón.

Me estoy ahogando lentamente en mi felicidad.

A oscuras busco la manera de dejar un beso en tu mejilla. Me encuentro con la luz de tus labios. Percibo que son tan suaves como sumisos.
Me besas y un mareo embriagador recorre mis sentidos.

Sonríes.
El mundo se para.

Tus ojos de muñeca de porcelana cobran vida.
Me aferro a ti, como el desnutrido náufrago se aferra a una tabla que será su salvación en el centro del océano.

Recobro la calma. Percibo tu aroma que llena mis sentidos.
Me coges la mano entre las tuyas, para arrastrarme dulcemente hacia el coche.
-         Ven… vamos… - susurras de forma sensual
Te sigo a sabiendas de que lo haré siempre que me lo pidas, aunque seguirte me lleve a morir…

Por fin juntos. Por fin solos.

El mundo se detiene, o tal vez, los que se han detenido son mis sentidos… No importa. Han sido veinte años de espera. Sí… merece la pena ser paciente si el premio son tus besos.

Me sonríes y el mundo vuelve a pararse.
Me besas y el mundo se agita con fervor.
La montaña rusa de mis emociones vuelve a ponerse en funcionamiento una vez más.

Hablas… y yo, anonadado ante ti, admiro tus palabras.
Me abrazas… Tiemblo como un niño que después de una tarde perdido se aferra a la mano amiga que lo ha encontrado.

Mis manos te recorren  pintando diminutos corazones en cada centímetro de tu piel. Tus labios, en un viaje interestelar, recorren mi planeta.
Una dulce sensación de vacío llena mi alma.

Te despides de mí.
Afuera está lloviendo…  Se encharcan mis ojos.

“No… no quiero echarte de menos” – me digo para armarme de valor.

Te  veo alejarte.
“Mira hacia atrás por favor… mira hacia atrás” –suplico sin atreverme a despegar los labios.

No lo haces.
Negros nubarrones se acercan a mi cabeza, presagiando una terrible tormenta de soledad. Lo hacen a gran velocidad empujados por el viento de tu indiferencia.

Quiero volver a mirarte, pero ya no estás.
Sin preguntar, mi cuerpo se sube de nuevo a la maldita montaña rusa. Sólo el corazón decide no hacerlo, se queda en tierra, se siente cansado.

Veinte años esperando este momento… y… ¿cuánto ha durado? ¿diez minutos? ¿tal vez una hora? ¿quizá dos?...
En realidad…- pienso - ¿tiene eso importancia?”
 Derrotado me encojo de hombros. No sé contestarme. Tampoco me apetece hacerlo.

Mi mente indica… “la quieres con locura”.
Mi corazón grita… “la necesitas”.
Mi alma susurra…  “Estás atrapado, no sabes vivir sin ella”.
Y la razón… la razón de forma serena me pregunta al oído… “¿crees que volverá?”



JpTorga______

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