“…
Mario cerró los ojos con fuerza y de su boca surgió un grito sobrecogedor
-
Aaaaaaagggggg… ¡¡Noooooooo…!! No más, por favor…
- sollozó, para luego desgarrar el lugar con un nuevo alarido - ¡¡Nooooo!! – de sus párpados cerrados
surgieron gruesos lagrimones.
Al
abrir los ojos, el gesto de su cara se contrajo con terror. Allí avanzaba ella,
implacable, de nuevo hacia él ¿Quién
eres? – suplicó -¿Por qué me haces
esto? – la voz salió quebrada, casi en un suspiro desde el fondo de su existencia.
Ella
posó el martillo de herrero sobre la mesa y recreándose en el gesto sonrió con
mirada pícara…
Su
sonrisa era dulce, casi angelical.
Sus
ojos color avellana se entrecerraron, mientras le examinaba. Le miraba igual
que un niño malintencionado mira un insecto.
Se
apoyó con ambas manos sobre la mesa y ante él… dejó entrever un generoso
escote.
Deslizó
su mano derecha y acarició los dedos de Mario, en un gesto que en otra
situación, hubiera parecido dulce.
Él…
aunque quiso intentarlo, no pudo evitar la caricia. Sus manos estaban apresadas
de forma individual con dos gruesos grilletes. Las palmas de las manos quedaban
presionadas hacia abajo. Con pánico pudo advertir que ella, aparte del
martillo, tenía sobre la mesa finas hojas
de cuchilla de afeitar con las puntas afiladas
como agujas.
La
joven cogió una de esas hojas entre sus dedos… Pudo percibir que la hoja realzaba un brillo
cautivador, similar a un guiño a la luz de la lámpara.
Mario
se quedó mirando con desaliento. Intentó por enésima vez mover las manos, pero
éstas estaban fuertemente sujetas con las argollas a la mesa.
En
un gesto instintivo intentó mover sus piernas y pudo darse cuenta, para su
horror, que estaban sujetas con abrazaderas a las patas de la silla. A su vez,
con extrañeza, percibió sus pies descalzos.
-
No te conozco. Por favor… ¡suéltame! – dijo entre lágrimas, mientras notaba que de su
nariz surgía un canalillo de sangre que iba inexorable hacia la boca.
La
mujer, ajena a sus súplicas, cogió con maña uno de los trémulos dedos de Mario y
con fuerza lo dobló hacia arriba… Ese gesto arrancó un sonido ronco de la garganta
del hombre. Con un rápido gesto deslizó la cuchilla bajo la uña del dedo índice
de su rehén…
- ¡¡Aaaaaaaah…!! - De nuevo un alarido de dolor llenó la estancia.
La
luz era escasa.
El
olor a humedad era patente.
Una
nueva cuchilla entre los dedos de la mujer.
Una
sonrisa radiante en su boca.
Gesto
despavorido en la cara de Mario…
Apenas
se había recuperado del corte anterior, y… esta vez ella, se tomó su tiempo
para deslizar suavemente la hoja bajo la uña del dedo anular. Mientras lo hacía,
le miró a los ojos con deleite. Ojos que Mario cerraba por puro dolor.
Al
principio contrajo los labios. Luego, cuando la cuchilla llegó al fondo de la
uña, aulló presa de sufrimiento.
Intentó
de manera institntiva levantarse de la silla, pero un grueso cinturón de cuero
le abrazaba inexorable por la cintura. De nuevo con desesperanza percibió que no
podía moverse…
-
¡No! ¡Nooo! ¡Noooooo! ¡¡Otra más nooo..!! – Imploró al ver que ella pasó una nueva cuchilla
ante sus ojos llorosos.
La
mujer hizo un gesto de hastío ante el nuevo alarido de Mario…
Por
un momento pensó que el joven iba a desmayarse.
Cogió
una jarra de plástico llena de agua y estrelló su contenido contra la cara
contraída de dolor del hombre.
-
No te dejaré desmayarte, amigo. ¡¡MÍRAME!! – Ordenó.
Mario
hundió la barbilla sobre el pecho. No podía más. El dolor bajo sus uñas era
inhumano… Gotas de sudor frío perlaron sus sienes.
-
¡¡MÍRAME!! –
Volvió a ordenar
Mario
no movió la cabeza. No podía. Sentía que las fuerzas le abandonaban.
Ella
cogió el martillo en un gesto rápido, lo levantó hasta la altura de sus ojos y
lo descargó con fuerza sobre el dedo meñique del hombre.
El
gesto duró solo un segundo. El dolor… le acompañó por un tiempo interminable.
La
carne del dedo se abrió como una uva madura. La sangre cubrió la mesa, bajo la
mano de un Mario sobrecogido por el sufrimiento.
De
nuevo el martillo descendió raudo en busca de su víctima y el dedo pulgar se
deshizo bajo su impacto…
Un
nuevo aullido.
Lágrimas
que brotan.
Llanto
ahogado.
Ojos
desencajados…
La
mujer se alejó de la mesa con paso lento, firme. Cantoneando unas caderas que
nadie miraba. Olvidándose por completo de los gemidos de su cautivo.
Cogió
una vela encendida y la fue acercando a la cara del hombre. Percibió con
nitidez el olor ácido de sus pestañas al quemarse.
Mario
de nuevo cerró los ojos de manera instintiva. Por ello no pudo percibir que ella, en un gesto ágil, se agachaba y la llama
alargada de la vela se situaba bajo la planta del pie derecho.
Él…
intentó retirar el pie ante la sensación lacerante de calor, pero no pudo… Ella
fue moviendo con instruida lentitud la llama de un lugar a otro de la base del
pie.
En
un gesto precipitado de la mujer, la llama se apagó al acercarse en exceso a la
piel.
Se
elevó del suelo con una sonrisa de triunfo en la cara. Miró a su espalda. Cogió
la taladradora entre sus largos dedos y apretando el gatillo, ésta hizo un
ruido estresante, parecido a las turbinas limpiadoras dentales que esgrime un
dentista…
Pasó
la herramienta en pleno funcionamiento por delante de los ojos desorbitados de
Mario… y con la broca del taladro, apuntando hacia la base superior de la
rodilla… fue descendiendo lentamente.
El
sonido del taladro en funcionamiento entró con fuerza por los oídos de un Mario
aterrado por las circunstancias.
La
joven percibió cómo el hombre empapaba sus pantalones a la altura de la ingle.
Pudo percibir el olor a miedo que reinaba en el lugar, y… el taladro dibujó la
trayectoria hasta llegar a la articulación de la rodilla comenzando a romper la tela del pantalón
vaquero…”
Paula se pasa una mano por los ojos, mientras se revuelve
inquieta sobre la butaca…
En un gesto de angustia, se agarra con fuerza al brazo de su
novio…
Éste sostiene el paquete de palomitas en esa mano derecha… y
con la otra atrapa un puñado, que se lleva a la boca con regodeo…
Al percibir la horrenda angustia que traspasa la pantalla de
cine, hasta el patio de butacas. Paula, apoya la frente sobre el hombro de su pareja
y cierra los ojos con pesar...
No le gustan ese tipo de películas.
No disfruta con el dolor ajeno.
Mientras piensa esto, escucha un grito humano desgarrador
que llena la sala, mientras percibe gestos de desazón en distintos asientos.
Con los ojos cerrados, percibe que su novio coge un nuevo puñado
de palomitas y las introduce ruidosamente en la boca, mientras de manera
placentera se recuesta plácidamente en el asiento y sonríe cómplice con la
película…
JpTorga
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