Mira a tu alrededor. Quizá no
los conozcas, pero estás rodeado de ellos. En tu pantalla de plasma, en
el disco duro de tu ordenador, en tu teléfono móvil, en el motor de tu
coche diésel, en las nuevas bombillas de bajo consumo hay nuevos
materiales, nuevos recursos que silenciosamente se han abierto un hueco
en nuestras vidas y en los que se basan gran parte de las herramientas
que usamos a diario. Diecisiete elementos conocidos como “tierras raras”
que se han convertido en indispensables para una sociedad cada vez más
dependiente de la tecnología.
El coste ecológico de la riqueza
Lantano,
cerio, praseodimio, neodimio, promecio, samario, europio, gadolinio,
terbio, disprosio, holmio, erbio, tulio, iterbio y lutecio. Extraños
nombres que a muchos no les sonarán de nada, pero que no obstante son ya
el lenguaje en el que hablan los avances más punteros de nuestra vida.
Hoy
en día son indispensables, y en muchos casos insustituibles, en el
desarrollo y fabricación de tecnología móvil, equipos informáticos,
coches eléctricos, instrumental láser, paneles fotovoltaicos, baterías
recargables… La influencia que estas “tierras raras” ejercen sobre
nuestra actual sociedad es ya imparable.
Pero no hay que dejarse
engañar por su nombre. A pesar del exclusivo título de “raros”, algunos
de ellos no son tan escasos como podría pensarse. En realidad, los
problemas no vienen derivados de su abundancia, sino de la dificultad y
coste de extracción. En la naturaleza, estos elementos se presentan en
forma de óxidos e hidróxidos que hacen necesaria una altísima inversión y
que, además, suponen un elevado desgaste ecológico.
La
exploración de tierras raras requiere altas dosis de capital que no
siempre da los frutos deseados, y aun así, tras hallarlas, el país se ve
obligado a asumir un enorme impacto ecológico. Los terrenos se
erosionan, el agua resulta contaminada y las tierras de labranza
terminan siendo inservibles. A estas grandes desventajas hay que sumar
también las emisiones de gases y residuos tóxicos derivados de la
extracción. Por cada tonelada de tierras raras que se extrae del suelo
se producen alrededor de 12.000 metros cúbicos de residuos que contienen
compuestos altamente tóxicos, como el ácido fluorhídrico, el dióxido de
azufre y el ácido sulfúrico. Es un precio que muy pocos están
dispuestos a pagar.
Un monopolio de facto
El panorama actual es desconcertante. China cuenta con un tercio de
las reservas de tierras raras existentes en el planeta; sin embargo, es
responsable del 96% del suministro mundial de estos materiales. En este
punto, y para entender con más exactitud la situación, simplemente
repasemos algunas referencias cotidianas de nuestra relación y
dependencia de estos elementos que tan extraños nos resultan en primera
instancia.
El color rojo de tu televisión se obtiene mediante un
compuesto procedente del itrio. La piedra de tu mechero utiliza una
aleación de lantano que también es necesaria para la fabricación de
vidrios más resistentes. Unido al hierro, el cerio se utiliza para pulir
lentes que después usarás en gafas y cámaras. Con neodimio se obtienen
rubíes sintéticos, utilizados en multitud de tecnologías láser. El
estado actual de dependencia tecnológica se puede resumir en un último
ejemplo: las lámparas fluorescentes, el monitor de tu ordenador y tu
smartphone se fabrican utilizando europio, un elemento para el que aún
no se conoce ningún sustituto posible y cuya producción mundial está
controlada por China en un 99,9%.
China se ha convertido en algo
similar al planeta Arrakis (el mundo de ficción creado por el escritor
Frank Herbert en la mítica novela Dune, y en el que se obtenía
una valiosísima especia, imprescindible para la superviviencia del
universo) desde el que se controla la extracción del mineral vital para
la tecnología que controla nuestro mundo actual. Y es una dependencia
que aumenta cada minuto que pasa. La demanda mundial de tierras raras ha
pasado en la última década de 40.000 a 140.000 toneladas anuales, y
sigue creciendo a un ritmo del 10% anual.
Historia de una mala decisión
Nuevamente
se presenta ante nosotros un escenario dividido en dos bloques
diferenciados: quienes necesitan estos elementos para el desarrollo y
aplicación de las nuevas tecnologías, y quienes los extraen y controlan.
Si sabemos, además, que el segundo bloque es hoy por hoy un monopolio
dominado por la siempre polémica y conflictiva República China… Parece
más que probable que tenemos a nuestras puertas un futuro conflictivo
cuyo alcance nadie es capaz de prever. Sin embargo, esto no siempre fue
así.
Desde principios de la década de 1960 hasta mediados de la
década de los ochenta, Estados Unidos, que posee destacadas reservas en
lugares como el desierto de Mojave, era el principal extractor y
productor de tierras raras, y mantenía importantes minas como la de
Mountain Pass, en California.
Existían indicios de la importancia
futura de estos recursos, pero la revolución tecnológica aún no había
mostrado su verdadera importancia. El grave desgaste ecológico que
conllevaba mantener este tipo de minería, unido a la apuesta por un tipo
de economía más virtual que real, terminaron convenciendo a los
inversores y al Gobierno, que, en apenas unos años, miraron hacia otro
lado y acabaron con la extracción de tierras raras.
Eran los años
dorados para los tiburones de la Bolsa. En el parqué de Wall Street,
brokers y especuladores de los años ochenta vieron cómo sus bolsillos se
llenaban rápidamente con el mercado de valores y productos bursátiles,
aparcando la farragosa y contaminante minería de tierras raras.
Pensaron
que la demanda de estos minerales estaba completamente cubierta y no
previeron un aumento de su consumo a corto plazo. Las consecuencias de
aquella decisión son visibles hoy en día, y con gran probabilidad aún
serán más claras en unas décadas.
Pero en el otro lado del mundo estaba ocurriendo justo lo contrario.
Mientras
Estados Unidos estaba más preocupado por los recursos bursátiles, China
se aprestaba a ocupar el vacío dejado por los americanos y se dedicaba a
elaborar un detallado plan para su futuro en el que se incluía un
Ministerio de Industria y Tecnología Informática.
En apenas unos
años, llevados en volandas por el tsunami de nuevas tecnologías de los
años noventa, el gigante asiático se convirtió en el líder de las
exportaciones de estos materiales.
La sartén había dado la vuelta
hasta tal punto de que en 1992 el presidente chino, Deng Xiaoping,
sabedor de que habían apostado a caballo ganador, podía afirmar
orgulloso: “Oriente Medio tiene petróleo. Nosotros tenemos tierra
raras”. En Occidente fueron muchos los que se lamentaron por no haber
alcanzado a tener una visión estratégica tan buena.
Control de recursos y poder
Controlar
el 96% del abastecimiento mundial de estos preciados elementos ha
colocado a China en una inmejorable situación de cara a la carrera
tecnológica que se avecina en los próximos años. Una ventaja económica
que tiene implicaciones globales en casi cualquier ámbito imaginable.
A
finales de 2011, y en el marco de los conflictos por aguas
jurisdiccionales en el mar del Sur entre Japón y China, los japoneses
capturaron y arrestaron al capitán de un buque chino. El Gobierno de
Pekín respondió de manera contundente suspendiendo las exportaciones de
tierras raras a Japón.
Si se tiene en cuenta que solamente la
empresa nipona Toyota ya necesita anualmente 10.000 toneladas de tierras
raras exclusivamente para la fabricación de las baterías de sus coches
híbridos, la decisión del Gobierno japonés fue inmediata: se apresuró a
dejar en libertad al capitán chino. El gigante asiático lleva años
jugando muy bien sus cartas. El control de los recursos mineros de las
tierras raras y el aumento de la necesidad por parte de los países que
desarrollan nuevas tecnologías basadas en ellas han colocado a la
descomunal potencia oriental en un lugar privilegiado desde el que
ejercer presión en todo tipo de ámbitos, desde el económico al político.
Mediante
el aumento y el descenso de la cuota de exportaciones que anualmente
permite el Gobierno de Pekín, China ha convertido las tierras raras en
un eficaz método de presión política. Un arma de doble filo que le
permite controlar el mercado tecnológico desde su base, pero que también
le está acarreando continuos enfrentamientos con las principales
potencias del mundo.
A Estados Unidos le ha costado casi dos
décadas reconocer su error, pero ante el creciente peso de China en el
ámbito mundial y el aumento en la demanda de recursos derivados de la
minería de tierras raras, en el año 2010 el Congreso norteamericano
comenzó a estudiar la vuelta a los recursos críticos con una Ley para la
Revitalización de las Tierras Raras.
El proyecto todavía se está
evaluando, pero aunque se iniciase ahora, a Estados Unidos le costaría
más de diez años alcanzar resultados realmente competitivos frente a las
minas chinas.
El futuro se nos ha echado encima y las modernas
tecnologías han cambiado nuestra forma de vivir, de comunicarnos, de
desplazarnos… El papel de las tierras raras será fundamental para
comprender todos los complejos movimientos políticos, estratégicos,
económicos y sociales de los años que están por venir.
Fuente: quo.es
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