Algunos de los mejores magos y neurocientíficos del mundo se han reunido
en la isla del Pensamiento (Pontevedra) para compartir conocimientos y
experiencias. Científicos e ilusionistas aprenden cómo reconstruye
nuestro cerebro la realidad gracias a las ilusiones que los magos llevan
siglos practicando.
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Los ojos están fijos en la moneda, los dedos se
mueven durante un instante y la moneda no aparece en el lugar en el que
todos esperaban. Cuando el mago abre la mano, una docena de espectadores
aplauden alborozados alrededor de la mesa. El público de esta noche es
muy especial, la mitad de ellos son magos y la otra mitad
neurocientíficos que llevan años estudiando los secretos del cerebro y
la percepción. Aún así, no dejan de asombrarse con cada nuevo truco.
Son las tantas de la madrugada y estamos en la isla de San Simón, en
mitad de la ría de Vigo. Los invitados han sido cuidadosamente
seleccionados para participar en Neuromagic 2011,
la primera reunión de magos y neurocientíficos del mundo para estudiar
cómo funcionan estos “engaños” en nuestra mente. Los testigos del juego
de la moneda saben que en algún momento del proceso su cerebro ha creído
ver lo que no estaba allí y ha reconstruido parte de la escena. Estos
pequeños fallos son los que los magos llevan siglos explotando para
dejarnos con la boca abierta y para los que la neurociencia está
encontrando ahora una explicación.
“Los magos toman ventaja de que tenemos una capacidad mental limitada”, explica Susana Martínez-Conde, quien ha coordinado el congreso con Stephen Macknik
después de años trabajando junto a muchos de estos ilusionistas de
forma individual. “Nuestro cerebro tiene un tamaño y unos recursos
limitados”, explica, “y debe tomar decisiones y atajos”. Es por esta
economía de los recursos que nuestra mente completa los huecos y ve
continuidad donde quizá no la hay, o hace interpretaciones que tal vez
no sean del todo correctas pero que nos sirven para ir tirando.
“Vivimos rodeados de ilusiones”, asegura el profesor Peter Tse, uno de los mayores expertos del mundo en esta materia. En su opinión, estas ilusiones visuales
son el fallo que demuestra que todo lo que vemos es una construcción
del cerebro. Dispuesto a demostrarlo, Tse proyecta una imagen ante el
auditorio que expone durante largos segundos. “¿Alguien ha notado algún
cambio?”, pregunta. Nadie ha apreciado nada, a pesar de que es un
público “entrenado”. Un minuto después, cuando lo explica, vemos que una
de las ventanas del dibujo se ha esfumado de nuestra vista, pero a una
velocidad tan lenta que nuestro cerebro no ha sido capaz de registrar el
cambio a nivel consciente.
El cerebro rellena huecos, se pierde los detalles porque todo lo que
queda en la periferia está borroso y se distrae con una canción, un
ruido o una emoción. Cuando el mago nos hace reír, por ejemplo, nuestra
atención baja momentáneamente y nos deja más expuestos al engaño durante
unos segundos. También construye una falsa continuidad entre unos
eventos y otros, aunque los cambios salten a la vista.
Entre otras muchas cosas, Luis Martínez Otero estudia en su
laboratorio del Instituto de Neurociencias de Alicante la continuidad de
nuestra percepción cuando realizamos determinadas tareas. “La memoria
visual a corto plazo es muy importante para mantener la ilusión de
continuidad visual”, asegura. “Estamos continuamente moviendo los ojos,
percibimos el mundo de forma discontinua, pero en cambio nos parece
continuo”. Hay muy buenos ejemplos en las películas, como la famosa
escena de la batalla de “Braveheart”, en la que Mel Gibson lleva un arma
diferente en cada plano y nadie lo percibe, o la película de Chaplin en
la que cambia de habitación cuatro o cinco veces y reaparece con
sombrero y sin sombrero.
Un fenómeno muy relacionado con esto es la ceguera por desatención y se suele explicar con el famoso vídeo del gorila y los pases del baloncesto o el encuestador que se intercambia con otro
sin que la víctima note el cambiazo. Cuando centramos nuestra atención
en un foco determinado, el resto del mundo desaparece para nuestro
cerebro. Los magos utilizan esta estrategia y otras muchas durante sus
actuaciones, tratan de que miremos donde ellos quieren e incluso borran
de nuestra memoria lo que acaba de suceder con preguntas que nublan
nuestro razonamiento y cambiarán lo que luego recordemos.
“La colaboración entre magia y neurociencia funciona en ambos
sentidos”, explica Martínez-Conde. “También los magos están muy
interesados en saber cómo funciona la percepción y cómo mejorar sus
trucos”. Los científicos no solo están usando los trucos para comprender
cómo funciona la percepción, sino para poner a prueba nuestras
habilidades cognitivas. Peter Johansson y Lars Hall, por ejemplo,
utilizaron un pequeño juego de manos para cambiar la elección de sus
sujetos entre dos opciones. Los participantes elegían entre dos
fotografías y explicaban los motivos por los que habían escogido una de
ellas sin saber que el investigador les había dado la opción descartada. Sus trabajos han servido para profundizar en un fenómeno conocido como ceguera a la elección y demostrar que nuestras opiniones son mucho más maleables de lo que pensamos.
Anthony Barnhart es el único ponente que tiene los pies en los
dos lados del campo de juego. “Empecé como mago”, nos explica, “antes
de ser psicólogo”. “A medida que desarrollas tu interés por la magia y
aprendes cómo engañar a la gente”, confiesa, “te das cuenta de cómo
fallan nuestras percepciones”. Sus conclusiones son bastante
inquietantes, porque indican que nuestro cerebro verá una y otra vez la
misma ilusión o se fijará en los mismos focos por muy inteligentes que
nos creamos. "De hecho", nos revela alguien lejos de la cámara, "hay
quien cree que el mejor público para engañar es el que se cree más
listo”.
Durante cuatro noches seguidas, magos y neurocientíficos han
intercambiado secretos para mejorar lo que sabemos de ambas disciplinas.
En un lado de la mesa, el gran James Randi saca una flor del pelo de unas invitadas. En el otro, Eric Mead
recuerda la noche en que un tigre se escapó de una jaula en Las Vegas y
dejó la marca de sus garras sobre el capó de un coche y Max Maven habla del tipo que hacía creer que tenía unos dados dentro del puño haciendo sonar los huesos fracturados de sus nudillos.
“Esto que acabo de ver, ¿ha pasado?”. La pregunta del mago Luis Piedrahita resume
perfectamente la sensación con la que nos quedamos después de un truco
de magia. Algo que es aparentemente imposible se ha convertido en
posible durante un instante, el niño dentro de nosotros quiere creer que
es verdad, jugar a deslizarse por la pendiente del asombro. La
respuesta está a unos centímetros de distancia, en esas conexiones
neuronales evolucionadas para percibir formas, colores y movimientos de
determinada manera. Los científicos empiezan a comprender cómo se
generan las ilusiones y a meter la cabeza entre estas misteriosas
bambalinas, ese lugar donde nuestras percepciones se convierten en
palomas y un montón de conejos asoman de una chistera.
Fuente: http://noticias.lainformacion.com
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