miércoles, 12 de diciembre de 2012

Eres mi vida, eres mi muerte, María de la Pau Janer

Cuando se estrena el amor, la seducción y el deseo enturbian la percepción de las cosas. Sentirse seducido hace perder el norte. Alguien se convierte, de repente, en el centro de la existencia. Todo lo demás pasa a ocupar un nivel inferior. Cae al fondo de un pozo que tiene la piedra oscurecida por los años. Al mirar dentro nos llega el atisbo de lo que nos conmovía, el reflejo de las historias vividas, de las personas que tuvieron un lugar. Lo único que importa es la figura que ilumina el presente con una intensidad que apaga las pequeñas luces. [...] La realidad exterior se modifica en función de la presencia de quien se quiere. El paisaje, por ejemplo, no nos causará una determinada impresión según una mirada objetiva. Veremos montañas, ríos, garrigas, mares, pero los juzgaremos desde un único punto de vista. Si el otro está cerca, serán muy bellos. Si está fuera, nos provocarán indiferencia o tristeza. Un paisaje de otoño, que en algunas circunstancias podría producirnos desánimo, nos hace sentir eufóricos cuando nos espera la persona que queremos encontrar. Un día soleado puede hacerse gris al saber que está ausente.


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