La tragedia de Saint Domingue
Cuando
Haití aún se llamaba Saint Domingue acogió una sangrienta rebelión que
acabo con la esclavitud. Ese es el telón de fondo de la novela de
Isabel Allende: “La Isla Bajo el Mar” (Plaza&Janes). Una tierra que
fue la más rica de las colonias francesas, pero que se convirtió en el
país más pobre de América.
“En mis cuarenta años, yo, Zarité Sedella, he tenido mejor suerte que otras esclavas”. Así arranca la última novela de Isabel Allende, “La Isla Bajo el Mar”, ambientada a finales del siglo XVIII en Haití, por entonces llamada Saint Domingue. La acción transcurre entre 1780 y 1793 en esta colonia francesa del Caribe, para más tarde trasladarse a la Luisiana, por entonces colonia española, adonde arribaron muchos colonos y sus esclavos huyendo de una salvaje revuelta en las Antillas que tiñó de sangre el halo de romanticismo de la única rebelión de esclavos que ha triunfado.
Y es que ser mujer, mulata y esclava no facilitaba en nada la existencia en el Caribe del siglo XVIII. De la mano Zarité, una esclava de origen guineano vendida de niña a uno de los principales hacendados de Saint Domingue, la escritora chilena recrea un agitado momento histórico, no sólo en ultramar sino también en Francia, inmersa en su propia revolución.
He iniciado la venganza de mi raza
Desde que Colón diese con ella, los
reyes de España controlaron toda la isla de La Española (también
conocida como Santo Domingo) hasta el siglo XVII, cuando piratas
franceses empezaron a ubicar allí algunas de sus bases en la parte occidental.
No fue hasta 1697 que la isla quedaría fragmentada en dos: la parte
occidenta (Saint Domingue, futura Haití) en manos francesas, y la
oriental, para España.
Francia recogió muy pronto los suculentos frutos de la colonización con una agricultura en expansión. Aquel pequeño territorio anclado en el Caribe era tan fértil que producía más azúcar y café que todas las colonias de Gran Bretaña y las Indias Occidentales juntas.
En 1780, el 40 por ciento del azucar y el 60 del café que consumía Europa procedían de Saint Domingue, la próspera "Perla de las Antillas". Eso sí, para mantener tan beneficiosas cifras, los esclavos resultaban imprescindibles. Llegó haber 34.000 personas libres, frente a medio millón de esclavos que sólo tenian una cosa en mente, alcanzar su libertad. Para asegurar su sumisión, los capataces no dudaben an aplicar la violencia ante el más leve conato de insurrección.
Francia recogió muy pronto los suculentos frutos de la colonización con una agricultura en expansión. Aquel pequeño territorio anclado en el Caribe era tan fértil que producía más azúcar y café que todas las colonias de Gran Bretaña y las Indias Occidentales juntas.
En 1780, el 40 por ciento del azucar y el 60 del café que consumía Europa procedían de Saint Domingue, la próspera "Perla de las Antillas". Eso sí, para mantener tan beneficiosas cifras, los esclavos resultaban imprescindibles. Llegó haber 34.000 personas libres, frente a medio millón de esclavos que sólo tenian una cosa en mente, alcanzar su libertad. Para asegurar su sumisión, los capataces no dudaben an aplicar la violencia ante el más leve conato de insurrección.
El
pistoletazo de salida de la revuelta en la que participaron casi todos
los esclavos de la isla tuvo lugar la noche del 22 de Agosto de 1791. Su lider, un liberto llamado Toussaint-Louverture (imagen izquierda), proclamaría: "He iniciado la venganza de mi raza".
Aunque
el Caribe había vivido diversas insurrecciones de esclavos, ésta era la
única que cuajó. No obstante, París no estaba dispuesto a renunciar a
los pingües ingresos que proporcionaba el territorio y en diciembre de
1801 envió a la isla un ejército de 25.00 soldados para recordarle a
Louverture su promesa de resarcir a los colonos y restablecer una
esclavitud que la metrópoli ya había abolido formalmente. Louverture no
se dejó engañar fácilmente y se volvió contra los franceses. Napoleón
hubo de tirar la toalla.
Toussaint-Louverture
murio prisionero de los franceses y su testigo lo recogió otro antiguo
esclavo, Jean-Jaques Dessalines, que logró expulsar a los franceses y
proclamar la independencia en 1804. Cuatro décadas después se proclamó
la República de Haití (la primera en el Caribe), que pasaría a compartir
la isla con la colonia española, hoy transformada en la República
Dominicana. Al mirar la bandera haitiana resulta inevitable pensar en la
francesa, aunque de la primera se eliminó la franja blanca, simbolo de
la monarquía gala, como claro repudio a la dominación de la que tanto
costó librarse.
Malos tiempos en las Antillas
A pesar de la libertad política, Haití siguió
dependiendo económicamente de Francia durante largo tiempo. Las otras
potencias coloniales decidieron no comprar su azúcar y su café, y la
estabilidad brilló por su ausencia. A inicios del siglo XX fue ocupada
militarmente por EE.UU. (1915-1934) y más tarde sufrió una dura
dictadura. Recientemente, el ex presidente Bill Clinton, enviado
especial de Naciones Unidas para Haití, hizo un llamamiento a los
exiliados haitianos en EE.UU. para que invirtiesen en su país de origen,
fuertemente endeudado. Hoy, muchos descendientes de esos antiguos
esclavos haitianos viven en Nueva Orleans, huyendo de la sangre y
violencia). En la ciudad que fue cuna del Jazz, Zarité sigue bailando,
ya libre de ataduras, como ha bailado siempre, porque "esclavo que baile
es libre....... mientras baila".
LAURA MANZANERA. Periodista. Articulo transcrito de la Revista Clio, nº 96.
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