sábado, 22 de septiembre de 2012

Trafalgar en la literatura

 Benito Pérez Galdós

En su obra "Trafalgar", Benito Pérez Galdós describe la batalla naval que los españoles llamaron la del 21 y los ingleses Combate de Trafalgar, por haber ocurrido cerca del cabo de este nombre. Trafalgar tuvo lugar el 21 de Octubre de 1805 y fué uno de los enfrentamientos navales más desafortunado y desastroso del siglo XIX para España, donde la escuadra hispano-francesa fué derrotada por la inglesa.

Benito Pérez Galdós escribió los Episodios Nacionales en los cuales narra todos los aspectos concernientes a la vida de los españoles durante todo el S. XIX. Describe política, guerras, costumbres y reacciones populares de manera muy precisa y amena. Trafalgar es el primero de estos Episodios Nacionales cuyo relato será contado en primera persona por su principal protagonista, Grabiel de Araceli, a quien el azar llevará a ser testigo de la batalla naval a bordo del buque más grande del mundo en su epoca, El Santísima Trinidad.

Junto a los personajes ficticios, Don Alonso Gutiérrez de Cisniega y su mujer Paquita, están los verdaderos partícipes de esta batalla, los comandantes españoles Gravina, Valdés, Cisneros, Churruca, Alcalá Galiano y Álava, el comandante de la escuadra hispano-francesa, Villenueve y los comandantes ingleses Nelson y Collingwood. Para alguno de ellos fué su última batalla, grandes marinos que dirigieron sus barcos hasta el último aliento, con una valentía poco acorde a las recompensas económicas que recibían y con unos medios tanto humanos como materiales bastante deficientes, sobretodo en el caso de la escuadra hispano-francesa poco equiparable a la competitiva marina inglesa.

Trafalgar es breve y precisa, ya que el autor explica los detalles más importantes de la batalla sin extenderse lo más mínimo, además de tener sus toques humorísticos dado que paralelamente al hecho histórico relatado Grabiel de Araceli nos cuenta anécdotas de su vida cotidiana y amorosa.

Contenido:
Gabriel, un chico de Cádiz, nacido en 1791 es el protagonista de esta no-vela que da comienzo a una serie de estas, llamada Episodios Nacionales.
Gabriel vive con su madre y con su tío en Cádiz, el cual al morir su her-mana se hace cargo del chico. Este hombre es malo y cruel, lo que provoca que Gabriel abandone su hogar en busca de mejor suerte. Viajó a San Fer-nando y de allí a Puerto Real. Tras juntarse con algunas gentes, por motivos no precisados, viajó con ellos a Medinasidonia, donde un día en una taber-na, entraron unos soldados de la Guardia Marina, y él y su grupo se desvan-daron huyendo cada cual a donde pudo. Gabriel fue a parar a una casa dondo vivían dos personas mayores, llamadas don Alonso y doña Paquita.
Estos dos ancianos le acogen como sirviente y acompañante, para realizar algunas tareas como la de acompañar a don Alonso cada día en su paseo matinal.
Don Alonso es un Capitán retirado de la armada naval española. Junto a é él y como inseparable amigo, está Marcial, un marinero también retirado, cuyo cuerpo da señales de haber participado en las más sangrientas batallas navales. Su cara esta llena de cicatrices, le falta un brazo y una pierna, que es sustituida por una de palo. Marcial es llamado también Medio Hombre por su aspecto, claro está.
Estos dos hombres están todo el día hablando de sus tiempos en la marina y las grandes batallas, discutiendo si nosequién debería haber virado a estribor o a babor.
Doña Paquita una mujer buena, pero a la vez refunfuñona y severa con su marido, católica superpracticante, se hace cargo del chico al que trata como a un hijo.
Otro personaje que tarda en aparecer, es la hija de don Alonso y doña Paquita. Rosita que así se llama, se va a casar con un oficial de la marina, llamado Malaespina.
Tras conocer a los personajes principales, comienza a relatarse el gran desenlace de la obra.
Días antes de la batalla, Malaespina es reclutado para combatir en el barco español Nepomuceno, y Rosita cae en una enorme depresión, ya que faltaban pocos meses para la boda.
También don Alonso, Medio Hombre y Gabriel, se escapan de las manos de doña Paquita, que al odiar la Marina, las guerras y por la edad de don Alonso y la incapacidad de Marcial, se opone a que estos se enrolen para presenciar la batalla. Estos se enrolan en el Santísima Trinidad, buque insígnea de la armada.
Al llegar a Cádiz, se alojan en casa de doña Flora, prima de don Alonso, hasta el día del embarcamiento.
Ya en el Santísima Trinidad, Gabriel nos enseña los sentimientos que le causan cada una de las situaciones vividas en el combate, desde los prepa-rativos, hasta la derrota sufrida a manos del Victory, manejado por Nelson, el cual muere en combate. Tras ser apresado el Santísima Trinidad, se hun-de a causa de los daños causados. Los tres marineros y el resto de la tripu-lación son trasbordados a un barco inglés, hasta llegar al Rayo, barco espa-ñol apresado en combate. El rayo sufre muchos problemas al acercarse a la costa por culpa de un temporal, que le hace naufragar, muriendo Marcial en ese momento. Gabriel es encontrado en la costa por unos marineros, y tras volver a estar con fuerzas, después de ser acojido por unas buenas gentes regresa a Vejer donde residían don Alonso y doña Paquita. Gabriel se entera de que Malaespina había muerto en el naufragio del Rayo, del que procedía después de ser apresado también el Nepomuceno.
Cuando llega a Vejer, da la noticia a la familia, que se sume en una tremenda desesperación, que es cortada de repente al aparecer Malaespina en el patio de los padres de Rosita.
Al cabo de un tiempo los dos jóvenes se casan, y Gabriel es enviado a servirles, pero no pudiendo resistir el enlace, se escapa y desaparece final-mente. 


 Arturo Pérez-Reverte

2

El navío Antilla


El capitán de navío don Carlos de la Rocha y Oquendo, cincuenta y dos años de vida y treinta y ocho de mar a las espaldas, comandante del navío de línea de setenta y cuatro cañones Antilla, es justo, seco e inflexible.
También es hombre religioso, de rosario en el bolsillo y misa diaria cuando se encuentra en tierra, aunque sin llegar a la categoría de meapilas. A bordo, el hombre más poderoso después de Dios. O según se mire, más que Dios. Resumiendo: Dios.
«Nos van a escabechar», se dice.
Así interpreta el panorama.
El comandante cierra el catalejo con un chasquido y mueve desalentado la cabeza mientras pasea la vista por la línea y piensa: Virgen del Rosario. A esas alturas, aquello sólo puede llamarse línea haciendo un esfuerzo de buena voluntad, porque hay un desorden increíble.
Con varios navíos sotaventeados o retrasados en sus puestos, aunque razonablemente juntos, la escuadra francoespañola navega con rumbo sur con poco viento, recibiéndolo por estribor. Flojo oeste cuarta al noroeste.
Las cinco fragatas, los dos bergantines y la balandra (todos
franceses) situados fuera de la línea de combate mantienen
una actividad frenética explorando la formación inglesa o repitiendo las órdenes e indicaciones del almirante Villeneuve, que se encuentra hacia la mitad de la línea, a bordo de su buque insignia. Treinta y tres velas enemigas al oeste, dicen las banderas de señales. Pero no hacen maldita falta las banderas ni las señales ni la madre que las parió, porque en el horizonte, con la primera luz de la mañana, se distingue ya a simple vista la masa enorme de velas inglesas preparándose para la batalla, a barlovento.
Y en los combates navales, en principio, quien tiene el barlovento decide cuándo, dónde y cómo romperle al adversario los cuernos. Si puede. Y esos hijoputas son los mejores marinos del mundo. Luego pueden.
—Veintisiete navíos de línea… Cuatro fragatas…
Una goleta… Una balandra… Agrupándose sin orden.
La voz del guardiamarina Ortiz, que apunta con otro catalejo hacia las banderas de señales, suena un poquito
excitada en el silencio de la toldilla, traduciendo los informes de los exploradores: lo justo para que no sea necesario llamarle la atención al chaval. Al fin y al cabo el guardiamarina, que es el mayor de los tres que hay a bordo, tiene dieciocho años, y el que más y el que menos ha pasado por ahí. Carlos de la Rocha mira a su segundo comandante, el capitán de fragata Jacinto Fatás, que le devuelve la mirada sin decir ni pío. Fatás es un aragonés callado; de los que han ascendido según el principio de que en boca cerrada no entran moscas. Además, él y Rocha llevan tiempo navegando juntos y saben ahorrar palabras inútiles. Comprenden los nervios del chico, y los de cada cual. También saben de sobra la que les viene encima desde que hace dos días levaron de Cádiz. O desde antes. Desde que el almirante gabacho incumplió las órdenes de Napoleón y se dejó encerrar allí como un pardillo, dando tiempo a que llegara Nelson y se agruparan los ingleses. El Villeneuve de los cojones. Y al final, enterándose de que iba a ser relevado en el mando, decidió salir a la mar, tarde y mal.
—Señal del buque insignia —sigue informando el guardiamarina—. Reformar la línea… Mantener rumbo sur estribor amuras, orden natural… Distancia de un cable.
El segundo se inclina sobre el antepecho de la toldilla y da las órdenes pertinentes, esto y aquello, bracear por sotavento trinquete y velacho, cazar trinquete, etcétera, y la cubierta del Antilla se llena de hombres ocupando sus puestos en las brazas, rumor de pies descalzos a la carrera de aquí para allá, marineros trepando por la jarcia alquitranada entre gritos y pitidos de silbatos de los contramaestres y guardianes. A ver esa escota, inútiles.
Amarrad las brazas de una puñetera vez. Subid ahí antes de que os muerda la nuez. Lo de siempre. Huesos dislocados, manos despellejadas, caras de desconcierto y pánico de proa a popa. Un caos que pone la carne de gallina, pues de los ochocientos dieciocho hombres (seiscientos sesenta y ocho de tripulación y ciento cincuenta de refuerzo, entre artilleros, marineros, grumetes y fusileros de infantería de marina) que debían constituir hoy la dotación de combate, faltan a bordo cincuenta y seis, que se dice pronto. Y encima, las dos terceras partes de lo que se ha logrado embarcar in extremis rebañando mucho, aparte soldados y artilleros de tierra sin costumbre de mar, es gente de leva, chusma reclutada a la fuerza un par de semanas antes en Cádiz y alrededores: pastores, mendigos, campesinos, presidiarios, borrachos, gentuza...


En el año 2005 se conmemoraba el bicentenario de la batalla que cambiaría el devenir de las cosas en Europa y en el Mundo, hecho que aprovechó Alfaguara para pedirle a Arturo Pérez-Reverte que nos narrara en forma de novela histórica los pormenores de lo que aconteció aquel día. Así lo hizo y en 2004 sacó a la luz esta novela que le valió la más alta condecoración otorgada por la Marina Española a un civil, la Gran Cruz del Mérito Naval.
A través de “El Antilla”, un barco español de 74 cañones imaginado por el autor para de este modo no desvirtuar los hechos históricos, se describen con gran lujo de detalles las acciones que tuvieron lugar en aquella dramática jornada. Se narra desde un punto de vista español la participación en combate de la tripulación, sobre todo de tres personajes, el comandante Carlos de la Rocha, el guardamarina Ginés Falcó, y el marinero Nicolás Marrajo, como muchos otros españoles recluta forzoso.
Al mismo tiempo, Pérez-Reverte realiza un análisis personal de la situación militar, política y social del momento y de los personajes que intervienen de un modo u otro en la historia, ya sean políticos (Manuel Godoy, Napoleón, Carlos IV…) o militares (Pierre Villeneuve, Federico Gravina, Oratio Nelson…)
Pérez-Reverte utiliza un lenguaje atípico para este tipo de novelas con la intención de escribir “algo creíble e introducir a los lectores en el barco”. Pese a que los hechos acaecen a principios de S. XIX el estilo es totalmente actual, muy al estilo de los artículos que semanalmente escribe el autor en un suplemento dominical. De este modo la novela puede llegar a desconcertar y desubicar al principio al lector, y éste creer que le están tomando el pelo. Pero no tiene más que leer unas pocas páginas para sentir como si el propio autor  estuviese contándole personalmente la batalla bebiendo algo en una terraza. El libro está lleno de expresiones totalmente actuales y coloquiales, como “se le va la olla”, “partirse de risa”, “ser un espidigonzalez”, numerosas onomatopeyas e incluso una mención a Rocío Jurado.
El lector está metido continuamente en la batalla, pudiendo ver cómo se preparaban los cañones para disparar, cómo cualquiera que pasase por allí arrimaba el hombro aunque estuviesen por casualidad o fuesen reclutados forzosamente pero que aun así tenían una motivación para luchar aunque fuese la de salvar el pellejo.
Aunque la novela trae consigo una serie de mapas y gráficos de navíos y escuadras navales en orden de combate, tal vez puedan resultar algo desconcertantes los términos navales utilizados cuando se describen las maniobras navales al detalle, de modo que alguien de tierra adentro como yo  y no familiarizado con esos términos tenga que releer algún tramo específico. No obstante eso mismo lejos de ser una limitación, acentúa más si cabe la sensación de estar viendo cómo se desarrolla la vida dentro de un navío de doble puente y 74 cañones.
Es una novela diferente, si bien el estilo es muy parecido al que ya utilizó el autor en “La Sombra del Águila”. Es una novela histórica que parece ser otra cosa, casi escrita por pasar el tiempo y que sorprende más por la forma que por el fondo, pero con el firme propósito de hacer comprender al lector cómo se llegó a semejante situación:
“he intentado reflejar aquella España que llevó a la gente al desastre y, al mismo tiempo, demostrar que seguimos siendo igual de torpes”.
Una cita de Perez-Reverte sobre esta historia:
“Trafalgar demuestra que la dignidad no la tienen los gobiernos, sino los pueblos”

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