El otoño en la música:
Llueve,
detrás de los cristales, llueve y llueve
sobre los chopos medio deshojados,
sobre los pardos tejados,
sobre los campos, llueve.
Pintaron de gris el cielo
y el suelo
se fue abrigando con hojas,
se fue vistiendo de otoño.
La tarde que se adormece
parece
un niño que el viento mece
con su balada en otoño.
Una balada en otoño,
un canto triste de melancolía,
que nace al morir el día.
Una balada en otoño,
a veces como un murmullo,
y a veces como un lamento
y a veces viento.
Llueve,
detrás de los cristales, llueve y llueve
sobre los chopos medio deshojados,
sobre los pardos tejados
sobre los campos, llueve.
Te podría contar
que esta quemándose mi último leño en el hogar,
que soy muy pobre hoy,
que por una sonrisa doy
todo lo que soy,
porque estoy solo
y tengo miedo.
Si tú fueras capaz
de ver los ojos tristes de una lámpara y hablar
con esa porcelana que descubrí ayer
y que por un momento se ha vuelto mujer.
Entonces, olvidando
mi mañana y tu pasado
volverías a mi lado.
Se va la tarde y me deja
la queja
que mañana será vieja
de una balada en otoño.
Llueve,
detrás de los cristales, llueve y llueve
sobre los chopos medio deshojados...
Joan Manuel Serrat
Vivaldi y el otoño...
Otoño de Vivaldi, también para niños...
Autumn song, de Manic Street Preachers
Herederos de Invierno - "Danza de Otoño"
Las hojas de un arbol que esta por morir.
El otoño Vuelve despierta otra vez,
Pero yo me encuentro lejos de el.
Una lagrima cae en un recuerdo que murio.
Bajo tus hojas bajo tu piel,
se esconden los miedos que temo enfentar,
La brisa de otoño me invita a danzar
Sueño con volar lejos sobre el mar,
junto con las hojas a la libertad,
Otoño en la literatura:
Amor de otoño
A ti...
Con sus mejores galas...Noviembre se vestía
las hojas de los árboles el campo matizaban
las románticas aves sus trinos entonaban...
y aquella realidad... un sueño parecía.
Era ella, sin darme apenas cuenta en mis brazos la tenía!!
y con mis manos incrédulas su piel acariciaba...
ansioso como un loco sus labios rojos le besaba
Y más que besarlos... los mordía.
¡¡Era ella!!que como una visión se me presentaba...
yo creer a mis ojos... casi que no podía...
y debajo de aquel árbol que nos cobijaba
nos dimos al amor...por primera vez... Aquel día.
Los dos nos entregamos... porque en los dos ardía
un torrente de amor como una hoguera...
y sobre aquellas hojas que el viento del otoño desprendía
ansiosos los dos...nos dimos al amor por vez primera.
La brisa del otoño cruzaba nuestros rostros
para hacer aquella tarde aún más bella...
y después que nos fuimos... dejamos... de nosotros...
allí sobre las hojas... de nuestro amor... la huella.
las hojas de los árboles el campo matizaban
las románticas aves sus trinos entonaban...
y aquella realidad... un sueño parecía.
Era ella, sin darme apenas cuenta en mis brazos la tenía!!
y con mis manos incrédulas su piel acariciaba...
ansioso como un loco sus labios rojos le besaba
Y más que besarlos... los mordía.
¡¡Era ella!!que como una visión se me presentaba...
yo creer a mis ojos... casi que no podía...
y debajo de aquel árbol que nos cobijaba
nos dimos al amor...por primera vez... Aquel día.
Los dos nos entregamos... porque en los dos ardía
un torrente de amor como una hoguera...
y sobre aquellas hojas que el viento del otoño desprendía
ansiosos los dos...nos dimos al amor por vez primera.
La brisa del otoño cruzaba nuestros rostros
para hacer aquella tarde aún más bella...
y después que nos fuimos... dejamos... de nosotros...
allí sobre las hojas... de nuestro amor... la huella.
Félix Pagés-D'Romeo,
Otoño
Volveré a sonreír
cuando mire por la ventana
y vea las hojas
ocres de los árboles
perseguirse
arrastradas por el viento.
Volveré a ver Amelie
sentado en el sillón
mientras la lluvia
ensucia las aceras y suena
de fondo y banda
sonora el rumor de las gotas
golpeando la
ventana.
Volveré a dejarme
enamorar por el olor
a tierra mojada y
el perfume de la hierba.
Sumiré al silencio
en un limbo de dorados
sueños de la
infancia, recuerdos del rojo
de las majoletas.
Volveré a recorrer
sus calles húmedas
y me invadirá el
olor del jabón artesano
y el aroma de la
tienda del Té de la calle Ancha.
Volveré a probar
las avellanas con la calma
del que sabe que
siempre habrá un mañana,
veré campos dorados
de calabazas
y árboles de
membrillo…
Y saludaré a los
almendros en esos días
en que sus frutos
abandonan sus ramas
y besan el suelo.
Y al mirarme en el
espejo veré
tus ojos en los
míos porque vivirás en mí,
ya no quiero
primaveras ni veranos,
no deseo más que
el fuego de tus labios,
el calor de tus
abrazos de invierno.
Y no volveré a
olvidarte,
no dejaré que esta
vez
me quede el otoño
para septiembre
César Ulla
Otoño
El cárdeno otoño
no tiene leyendas
para mí. Los salmos
de las frondas muertas,
jamás he escuchado,
que el viento se lleva.
Yo no sé los salmos
de las hojas secas,
sino el sueño verde
de la amarga tierra.
El cárdeno otoño
no tiene leyendas
para mí. Los salmos
de las frondas muertas,
jamás he escuchado,
que el viento se lleva.
Yo no sé los salmos
de las hojas secas,
sino el sueño verde
de la amarga tierra.
Antonio Machado
Otoño
En llamas, en otoños incendiados,
arde a veces mi corazón,
puro y solo. El viento lo despierta,
toca su centro y lo suspende
en luz que sonríe para nadie:
¡cuánta belleza suelta!
Busco unas manos,
una presencia, un cuerpo,
lo que rompe los muros
y hace nacer las formas embriagadas,
un roce, un son, un giro, un ala apenas;
busco dentro mí,
huesos, violines intocados,
vértebras delicadas y sombrías,
labios que sueñan labios,
manos que sueñan pájaros...
Y algo que no se sabe y dice «nunca»
cae del cielo,
de ti, mi Dios y mi adversario.
arde a veces mi corazón,
puro y solo. El viento lo despierta,
toca su centro y lo suspende
en luz que sonríe para nadie:
¡cuánta belleza suelta!
Busco unas manos,
una presencia, un cuerpo,
lo que rompe los muros
y hace nacer las formas embriagadas,
un roce, un son, un giro, un ala apenas;
busco dentro mí,
huesos, violines intocados,
vértebras delicadas y sombrías,
labios que sueñan labios,
manos que sueñan pájaros...
Y algo que no se sabe y dice «nunca»
cae del cielo,
de ti, mi Dios y mi adversario.
Octavio Paz
De otoño
Yo sé que hay quienes dicen: ¿Por qué no canta ahora
con aquella locura armoniosa de antaño?
Esos no ven la obra profunda de la hora,
la labor del minuto y el prodigio del año.
Yo, pobre árbol, produje, al amor de la brisa,
cuando empecé a crecer, un vago y dulce son.
Pasó ya el tiempo de la juvenil sonrisa:
¡dejad al huracán mover mi corazón!
Rubén Darío
El otoño se
acerca con muy poco ruido:
apagadas cigarras, unos grillos apenas,
defienden el reducto
de un verano obstinado en perpetuarse,
cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.
apagadas cigarras, unos grillos apenas,
defienden el reducto
de un verano obstinado en perpetuarse,
cuya suntuosa cola aún brilla hacia el oeste.
Ángel González
Concha me llamaba desde el jardín, con alegres voces. Salí a la solana, tibia y dorada al sol mañanero. El campo tenía una emoción latina de yuntas, de vendimias y de labranzas. Concha estaba al pie de la solana:
- ¿Tienes ahí a Florisel?
- ¿Florisel es el paje?
- Sí.
- Parece bautizado por las hadas.
- Yo soy su madrina. Mándamelo.
- ¿Qué le quieres?
- Decirle que te suba estas rosas.
Y Concha me enseñó su falda donde se deshojaban las rosas, todavía cubiertas de rocío, desbordando alegremente como el fruto ideal de unos amores que sólo floreciesen en los besos:
- Todas son para ti. Estoy desnudando el jardín.
Yo recordaba nebulosamente aquel antiguo jardín donde los mirtos seculares dibujaban los cuatro escudos del fundador, en torno de una fuente abandonada. El jardín y el Palacio tenían esa vejez señorial y melancólica de los lugares por donde en otro tiempo pasó la vida amable de la galantería y del amor. Bajo la fronda de aquel laberinto, sobre las terrazas y en los salones, habían florecido las rosas y los madrigales, cuando las manos blancas que en lo viejos retratos sostienen apenas los pañolitos de encaje, iban deshojando las margaritas que guardan el cándido secreto de los corazones. ¡Hermosos y lejanos recuerdos! Yo también los evoqué un día lejano, cuando la mañana otoñal y dorada envolvía el jardín húmedo y reverdecido por la constante lluvia de la noche. Bajo el cielo límpido, de una azul heráldico, los cipreses venerables parecían tener el ensueño de la vida monástica. La caricia de la luz temblaba sobre las flores como un pájaro de oro, y la brisa trazaba en el terciopelo de la yerba, huellas ideales y quiméricas como si danzasen invisibles hadas. Concha estaba al pie de la escalinata, entretenida en hacer un gran ramo con las rosas. Algunas se habían deshojado en su falda, y me las mostró sonriendo:
- ¡Míralas qué lástima!
Y hundió en aquella frescura aterciopelada sus mejillas pálidas.
- ¡Ah, qué fragancia!
Yo le dije sonriendo:
- ¡Tu divina fragancia!
Alzó la cabeza y respiró con delicia, cerrando los ojos y sonriendo, cubierto el rostro de rocío, como otra rosa, una rosa blanca. Sobre aquel fondo de verdura grácil y umbroso, envuelta en luz como diáfana veste de oro, parecía una Madona soñada por un monje seráfico. Yo bajé a reunirme con ella. Cuando descendía la escalinata, me saludó arrojando como una lluvia de rosas deshojadas de su falda. Recorrimos el jardín. Las carreras estaban cubiertas de hojas secas y amarillentas, que el viento arrastraba delante de nosotros con un largo susurro: Los caracoles, inmóviles como viejos paralíticos, tomaban el sol sobre los bancos de piedra: Las flores empezaban a marchitarse en las versallescas canastillas recamadas de mirto, y exhalaban ese aroma indeciso que tiene la melancolía de los recuerdos. En el fondo del laberinto murmuraba la fuente rodeada de cipreses, y el arrullo del agua, parecía difundir por el jardín un sueño pacífico de vejez, de recogimiento y de abandono. Cocha me dijo:
- Descansemos aquí.
Nos sentamos a la sombra de las acacias, en un banco de piedra cubierto de hojas. Enfrente se abría la puerta del laberinto misterioso y verde. Sobre la clave del arco se alzaban dos quimeras manchas de musgo, y un sendero umbrío, un solo sendero, ondulaba entre los mirtos como el camino de una vida solitaria, silenciosa e ignorada. Florisel pasó a lo lejos entre los árboles, llevando la jaula de sus mirlos en la mano.
Concha me lo mostró:
- ¡Allá va!
- ¿Quién?
- Florisel
- ¿Por qué le llamas Florisel?
Ella dijo, con una alegre sonrisa:
- Florisel es el paje de quien se enamora cierta princesa inconsolable en un cuento.
- ¿Un cuento de quién?
- Los cuentos nunca son de nadie.
Sus ojos misteriosos y cambiantes miraban a lo lejos, y me sonó tan extraña su risa, que sentí frío. ¡El frío de comprender todas las perversidades! Me pareció que Concha también se estremecía. La verdad es que nos hallábamos a comienzos de Otoño y que el sol empezaba a nublarse. Volvimos al Palacio.
Ramón María del Valle-Inclán, Sonata de Otoño
Leyendas de otoño
Leyenda del otoño y el loro
Graciela Repún (Sélknam - Tierra del Fuego)
En Tierra del Fuego, en la tribu sélknam había un joven indio llamado Kamshout al que le gustaba hablar.
Le gustaba tanto, que cuando no tenía nada que decir –y eso era muy notable porque siempre encontraba tema– repetía las últimas palabras que escuchaba de boca de otro.
–Me duele la panza –le contaba un amigo.
–Claro, la panza –repetía Kamshout.
–Miremos este maravilloso cielo estrellado en silencio –le sugería una amiga.
–Sí, es cierto. Mirémoslo en silencio. ¡Es verdad! ¡Está hermoso!
Y es mucho más lindo así, cuando uno lo mira con la boca cerrada, ¿no es cierto? –respondía Kamshout.
–¡No quiero escuchar una palabra más! –gritaba, de vez en cuando, el malhumorado cacique–. ¡En esta tribu hay indios que hablan demasiado!
–Una palabra más; ¡demasiado!... –repetía Kamshout.
Por su charlatanería, toda la tribu sintió su ausencia cuando un día, como todo joven, tuvo que partir.
–Kamshout se ha ido a cumplir con los ritos de iniciación –comentaba alguno.
–¡Lo sé! –respondía otro–. Ahora puedo oír cantar a los pájaros.
–Yo escucho mis pensamientos –decía alguien más.
–Yo, el ruido de mi estómago –decía otra.
–Yo lo extraño –decía una. Pero enmudecía inmediatamente, ante las miradas de reprobación de los demás.
Y pasó el tiempo. Tiempo de silencio y también de soledad.
Y Kamshout regresó.
Y las aves al verlo emigraron porque, ¿para qué cantar donde nadie puede escucharte?
Kamshout regresó maravillado. No podía olvidar su viaje y repetía a quien quisiese oírle (pero más a quien no) que en el Norte, los árboles cambian el color de sus hojas.
Les hablaba de primaveras y otoños.
–Me duele la panza –le contaba un amigo.
–Claro, la panza –repetía Kamshout.
–Miremos este maravilloso cielo estrellado en silencio –le sugería una amiga.
–Sí, es cierto. Mirémoslo en silencio. ¡Es verdad! ¡Está hermoso!
Y es mucho más lindo así, cuando uno lo mira con la boca cerrada, ¿no es cierto? –respondía Kamshout.
–¡No quiero escuchar una palabra más! –gritaba, de vez en cuando, el malhumorado cacique–. ¡En esta tribu hay indios que hablan demasiado!
–Una palabra más; ¡demasiado!... –repetía Kamshout.
Por su charlatanería, toda la tribu sintió su ausencia cuando un día, como todo joven, tuvo que partir.
–Kamshout se ha ido a cumplir con los ritos de iniciación –comentaba alguno.
–¡Lo sé! –respondía otro–. Ahora puedo oír cantar a los pájaros.
–Yo escucho mis pensamientos –decía alguien más.
–Yo, el ruido de mi estómago –decía otra.
–Yo lo extraño –decía una. Pero enmudecía inmediatamente, ante las miradas de reprobación de los demás.
Y pasó el tiempo. Tiempo de silencio y también de soledad.
Y Kamshout regresó.
Y las aves al verlo emigraron porque, ¿para qué cantar donde nadie puede escucharte?
Kamshout regresó maravillado. No podía olvidar su viaje y repetía a quien quisiese oírle (pero más a quien no) que en el Norte, los árboles cambian el color de sus hojas.
Les hablaba de primaveras y otoños.
De hojas verdes, frescas, secándose lentamente hasta quedar doradas y crujientes.
(Y los que lo oían imaginaban, tal vez, un pan recién sacado del fuego.)
De árboles desnudos.
(Y los que lo escuchaban se horrorizaban de semejante desfachatez.
¡Si sólo andaban desnudos animales y hombres!)
De paisajes dorados, amarillos y rojos.
(Y los obligados oyentes miraban sus pinturas para poder imaginar mejor.)
De caminos hechos de hojas que crujían, coloreadas de dorado, amarillo y rojo , provenientes de árboles que se desnudaban.
¡Y semejante falsedad cerraba todas las posibilidades de imaginación!
Porque era demasiado esa combinación de sensaciones y de mentiras.
Ya en la tribu, todos creían que Kamshout estaba inventando un poco.
(Y los que lo oían imaginaban, tal vez, un pan recién sacado del fuego.)
De árboles desnudos.
(Y los que lo escuchaban se horrorizaban de semejante desfachatez.
¡Si sólo andaban desnudos animales y hombres!)
De paisajes dorados, amarillos y rojos.
(Y los obligados oyentes miraban sus pinturas para poder imaginar mejor.)
De caminos hechos de hojas que crujían, coloreadas de dorado, amarillo y rojo , provenientes de árboles que se desnudaban.
¡Y semejante falsedad cerraba todas las posibilidades de imaginación!
Porque era demasiado esa combinación de sensaciones y de mentiras.
Ya en la tribu, todos creían que Kamshout estaba inventando un poco.
¿Qué quería decir “otoño”?
¿Quién iba a tragarse el cuento de que los árboles pierden su follaje y luego les brota otro nuevo?
El descreimiento general enojó a Kamshout.
Lo enojó muchísimo. Muchísimo.
Lo hizo poner colorado de odio, le salieron canas verdes.
Desesperado por convencerlos de que decía la verdad, Kamshout contó lo mismo infinitas veces, sin parar.
Día y noche, sin parar. Segundo tras segundo, sin parar. Hasta que sus palabras se fueron encimando unas con otras y se convirtieron en un extraño sonido.
La tribu trataba de esquivarlo.
Por hacerse los que no lo veían, por jugar a ignorarlo, no vieron, en serio, su prodigiosa transformación: Kamshout se convirtió en un loro gordo.
Recién lo notaron cuando escucharon que les hablaba desde los árboles.
¡Era él! ¡Ese pájaro era él!
No había duda. Era su voz, que ahora sólo decía: kerrhprrh, kerrhprrh... hasta el cansancio.
Kamshout volaba sobre las hojas, y al rozarlas, las teñía del color de sus plumas.
De pronto, una hoja cayó.
Corrieron a verla, a levantarla. La palparon y la volvieron a dejar en el suelo. Entonces, la pisaron.
La hoja, matizada de dorado, amarillo, rojo, crujió bajo sus pies.
–¡Es verdad! –dijeron–. ¡Todo era verdad! ¡Kamshout no nos mintió!
Pero Kamshout no respondió. Se había ido muy lejos. Dicen que acompañado por su amiga y enamorada.
La tribu quedó más en silencio que nunca.
Recién en la primavera, cuando las hojas volvieron a cubrir las ramas erizadas de frío de los árboles desfachatadamente desnudos, volvió Kamshout, acompañado de su compañera y de sus hijos.
Eso dicen algunos.
Otros dicen que los que vinieron eran sólo un grupo de loros haciendo kerrhprrh sin cesar desde las copas de los árboles.
Graciela Rapún
Otoño en el cine
Sonata de otoño (sueco: Höstsonaten) es una película sueca de 1978 dirigida por Ingmar Bergman e interpretada en los papeles principales por Ingrid Bergman, Liv Ullmann y Lena Nyman.
Se centra en la relación entre una famosa pianista y su hija, a la que
ésta ha dejado de lado a causa de su carrera profesional.
La película fue galardonada con el Globo de Oro a la mejor película extranjera. Fue también nominada para dos premios Oscar, a la mejor actriz protagonista (Bergman) y al mejor guion original, aunque finalmente no obtuvo ninguno.
En la película Tacones lejanos (1991) de Pedro Almodóvar se cita una escena de Sonata de otoño como un paralelismo de su propia trama de enfrentamiento entre una madre y una hija.
Nada puede reprocharse a la dirección del
sueco, que destaca precisamente por su honestidad y su agudeza
psicológica. Cada fotograma está preñado de vida y muerte, de belleza y
dolor, de miedo y sufrimiento. La cámara relata los hechos sin
inmiscuirse. Y se detiene casi como por casualidad en los rostros de
Ingrid Bergman y Liv Ullmann para atrapar y conservar cada faceta, cada
sombra y cada movimiento. La expresividad de ambas actrices llena la
pantalla, y casi podría decirse que sin ellas la película no sería la
mitad de efectiva de lo que es. De todos modos, Bergman siempre se rodeó
de grandes actores y actrices para sacar el máximo partido de su
material, y es que un cine tan humano como el suyo no hubiera tenido
sentido sin el apoyo de unas buenas interpretaciones.
“Sonata de otoño” es una de esas pocas
películas que vale la pena ver. Porque es dolorosa e intensa, porque es
honesta, bella, triste y necesaria. Bergman en todo su esplendor.
Curiosidades de esta película:
La foto que aparece en la contraportada del libro que sujeta Ingrid
Bergman no es la del tal Adam Kretzinsky, si no la de Ingmar Bergman.
Cuando Ingrid Bergman aparece tocando el piano, quien realmente lo hace
sonar es Käbi Laretei, ex esposa de Bergman, quien fue una aclamada
concertista de piano. Laretei incluso dobla las escenas de cuerpo de
Ingrid Bergman cuando ésta está tocando el piano.
La película se rodó en Noruega debido a que Bergman se había exiliado de
Suecia a causa de una acusación de evasión de impuestos.
Otoño en la pintura:
Otoño de Giuseppe Arcimboldo. |
Por el arroyo, Paul Gauguin |
Puente en el parque en otoño, Claude Monet |
Claude Monet |
Otoño en Agenteuil. Claude Monet |
Fotos tomadas de Internet.
El otoño en la cocina:
Crema de verdura
Ingredientes (8 raciones)
Modo de preparación
Preparación: 15 minuto/s | Tiempo de cocción: 1 hora 10 minuto/s
Ingredientes (4 raciones)
- 2 manzanas pequeñas finamente rebanadas o ralladas
- 2 cucharadas de queso cheddar rallado
- 1 cucharada de pan rallado
- 2 pechugas de pollo deshuesadas y sin piel
- 1 cucharada de manteca
- 1/4 vaso de vino blanco seco
- 60 ml de agua
- 1 cucharada extra de agua
- 1½ cucharaditas de maizena
- 1 cucharada de perejil fresco picado, para decorar
Modo de preparación
...no conocia esta pagina y quede admirada detodo lo bello que encontre....poesias cuadros,pensamientos,fotos y hasta ricas recetas de cocina....todo en una conjuncion armoniosa y maravillosa....gracias....volvere para leer,ver y admirar,,,gracias!!!
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