"La vida es una fuente interminable de reflexiones, desmedida como la eternidad, inagotables como la maldad e inmensas como el amor".
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martes, 14 de agosto de 2012
Relato...
Las tres preguntas del Emperador
Un cierto emperador
pensó un día que si se conociera la respuesta a las siguientes tres
preguntas, nunca fallaría en ninguna cuestión. Las tres preguntas eran:
¿Cuál es el momento más oportuno para hacer cada cosa? ¿Cuál es la gente más importante con la que trabajar? ¿Cuál es la cosa más importante para hacer en todo momento?
El
emperador publicó un edicto a través de todo su reino anunciando que
cualquiera que pudiera responder a estas tres preguntas recibiría una
gran recompensa, y muchos de los que leyeron el edicto emprendieron el
camino al palacio; cada uno llevaba una respuesta diferente al
emperador.
Como respuesta a la primera pregunta, una persona le
aconsejó proyectar minuciosamente su tiempo, consagrando cada hora, cada
día, cada mes y cada año a ciertas tareas y seguir el programa al pie
de la letra. Sólo de esta manera podría esperar realizar cada cosa en su
momento. Otra persona le dijo que era imposible planear de antemano y
que el emperador debería desechar toda distracción inútil y permanecer
atento a todo para saber qué hacer en todo momento. Alguien insistió en
que el emperador, por sí mismo, nunca podría esperar tener la previsión y
competencia necesaria para decidir cada momento cuándo hacer cada cosa y
que lo que realmente necesitaba era establecer un “Consejo de Sabios” y
actuar conforme a su consejo.
Alguien afirmó que ciertas
materias exigen una decisión inmediata y no pueden esperar los
resultados de una consulta, pero que si él quería saber de antemano lo
que iba a suceder debía consultar a magos y adivinos.
Las
respuestas a la segunda pregunta tampoco eran acordes. Una persona dijo
que el emperador necesitaba depositar toda su confianza en
administradores; otro le animaba a depositar su confianza en sacerdotes y
monjes, mientras algunos recomendaban a los médicos. Otros que
depositaban su fe en guerreros.
La tercera pregunta trajo también
una variedad similar de respuestas. Algunos decían que la ciencia es el
empeño más importante; otros insistían en la religión e incluso algunos
clamaban por el cuerpo militar como lo más importante.
Y puesto
que las respuestas eran todas distintas, el emperador no se sintió
complacido con ninguna y la recompensa no fue otorgada.
Después
de varias noches de reflexión, el emperador resolvió visitar a un
ermitaño que vivía en la montaña y del que se decía era un hombre
iluminado. El emperador deseó encontrar al ermitaño y preguntarle las
tres cosas, aunque sabía que él nunca dejaba la montaña y se sabía que
sólo recibía a los pobres, rehusando tener algo que ver con los ricos y
poderosos. Así pues el emperador se vistió de simple campesino y ordenó a
sus servidores que le aguardaran al pie de la montaña mientras él subía
solo a buscar al ermitaño.
Al llegar al lugar donde habitaba el
hombre santo, el emperador le halló cavando en el jardín frente a su
pequeña cabaña. Cuando el ermitaño vio al extraño, movió su cabeza en
señal de saludo y siguió con su trabajo. La labor, obviamente, era dura
para él, pues se trataba de un hombre anciano, y cada vez que introducía
la pala en la tierra para removerla, la empujaba pesadamente.
El emperador se aproximó a él y le dijo:
- “He venido a pedir tu ayuda para tres cuestiones:
“¿Cuál es el momento más oportuno para hacer cada cosa? ¿Quienes son las personas más importantes con las que uno debe trabajar? ¿Qué cosa es la más importante que hacer en todo momento?"
El
ermitaño le escuchó atentamente pero no respondió. Solamente posó su
mano sobre su hombro y luego continuó cavando. El emperador le dijo:
- “Debes estar cansado, déjame que te eche una mano”.
El eremita le dio las gracias, le pasó la pala al emperador y se sentó en el suelo a descansar.
Después
de haber acabado dos cuadros, el emperador paró, se volvió al eremita y
repitió sus preguntas. El eremita tampoco contestó sino que se levantó y
señalando la pala y dijo:
- “¿Por qué no descansas ahora? Yo puedo hacerlo de nuevo”.
Pero
el emperador no le dio la pala y continuó cavando. Pasó una hora, luego
otra y finalmente el sol comenzó a ponerse tras las montañas. El
emperador dejó la pala y dijo al ermitaño:
- “Vine a ver si
podías responder a mi tres preguntas, pero si no puedes darme una
respuesta, dímelo, para que pueda volverme a mi palacio”.
El eremita levantó la cabeza y preguntó al emperador:
- “¿Has oído a alguien corriendo por allí?”.
El
emperador volvió la cabeza y de repente ambos vieron a un hombre con
una larga barba blanca que salía del bosque. Corría enloquecidamente
presionando sus manos contra una herida sangrante en su estómago. El
hombre corrió hacia el emperador antes de caer inconsciente al suelo,
dónde yació gimiendo. Al rasgar los vestidos del hombre, emperador y
ermitaño vieron que el hombre había recibido una profunda cuchillada. El
emperador limpió la herida cuidadosamente y luego usó su propia camisa
para vendarle, pero la sangre empapó totalmente la venda en unos
minutos. Aclaró la camisa y le vendó por segunda vez y continuó
haciéndolo hasta que la herida cesó de sangrar.
El herido
recuperó la conciencia y pidió un vaso de agua. El emperador corrió
hacia el arroyo y trajo un jarro de agua fresca. Mientras tanto se había
puesto el sol y el aire de la noche había comenzado a refrescar. El
eremita ayudó al emperador a llevar al hombre hasta la cabaña donde le
acostaron sobre la cama del ermitaño. El hombre cerró los ojos y se
quedó tranquilo. El emperador estaba rendido tras un largo día de subir
la montaña y cavar en el jardín y tras apoyarse contra la puerta se
quedó dormido. Cuando despertó, el sol asomaba ya sobre las montañas.
Durante
un momento olvidó donde estaba y lo que había venido a hacer. Miró
hacia la cama y vio al herido, que también miraba confuso a su
alrededor; cuando vio al emperador, le miró fijamente y le dijo en un
leve suspiro:
- “Por favor, perdóneme”.
- "Pero ¿qué has hecho para que yo deba perdonarte?", preguntó el emperador.
-
"Tú no me conoces, Majestad, pero yo te conozco a ti. Yo era tu
implacable enemigo y había jurado vengarme de ti, porque durante la
pasada guerra tú mataste a mi hermano y embargaste mi propiedad.
Cuando
me informaron de que ibas a venir solo a la montaña para ver al
ermitaño decidí sorprenderte en el camino de vuelta para matarte. Pero
tras esperar largo rato sin ver signos de ti, dejé mi emboscada para
salir a buscarte. Pero en lugar de dar contigo, topé con tus servidores y
me reconocieron y me atraparon, haciéndome esta herida. Afortunadamente
pude escapar y corrí hasta aquí. Si no te hubiera encontrado
seguramente ahora estaría muerto. ¡Yo había intentado matarte, pero en
lugar de ello tú has salvado mi vida! Me siento más avergonzado y
agradecido de lo que mis palabras pueden expresar. Si vivo, juro que
seré tu servidor el resto de mi vida y ordenaré a mis hijos y a mis
nietos que hagan lo mismo. Por favor, Majestad, concédeme tu perdón."
El
emperador se alegró muchísimo al ver que se había reconciliado
fácilmente con su acérrimo enemigo, y no sólo le perdonó sino que le
prometió devolverle su propiedad y enviarle a sus propios médicos y
servidores para que le atendieran hasta que estuviera completamente
restablecido.
Tras ordenar a sus sirvientes que llevaran al
hombre a su casa, el emperador volvió a ver al ermitaño. Antes de volver
al palacio el emperador quería repetir sus preguntas por última vez;
encontró al ermitaño sembrando el terreno que ambos habían cavado el día
anterior.
El ermitaño se incorporó y miró al emperador.
- “Tus preguntas ya han sido contestadas”.
- "Pero, ¿cómo?", preguntó el emperador confuso.
-
"Ayer, si su Majestad no se hubiera compadecido de mi edad y me hubiera
ayudado a cavar estos cuadros, habría sido atacado por ese hombre en su
camino de vuelta. Entonces habría lamentado no haberse quedado conmigo.
Por lo tanto el tiempo más importante es el tiempo que pasaste cavando
los cuadros, la persona más importante era yo mismo y el empeño más
importante era el ayudarme a mí...
Más tarde, cuando el herido
corría hacia aquí, el momento más oportuno fue el tiempo que pasaste
curando su herida, porque si no le hubieses cuidado habría muerto y
habrías perdido la oportunidad de reconciliarte con él. De esta manera,
la persona más importante fue él y el objetivo más importante fue curar
su herida...
Recuerda que sólo hay un momento importante y es
ahora. El momento actual es el único sobre el que tenemos dominio. La
persona más importante es siempre con la persona con la que estás, la
que está delante de ti, porque quién sabe si tendrás trato con otra
persona en el futuro. El propósito más importante es hacer que esa
persona, la que está junto a ti, sea feliz, porque es el único propósito
de la vida”.
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