Este verano mientras hacía tiempo en el aeropuerto mientras esperaba el avión que me llevaría a mi destino vacacional, entre otras cosas me acerqué a una librerías que hay en eso edificios. Ojeé los libros que había, sólo por pasar el tiempo.
De pronto, esta portada me llamó la atención. Cogí el libro del expositor y comencé a leer su sinopsis. El libro me pareció interesante, atractivo... Era un libro que parecía decirme "llévame contigo". Decliné su ruego razonando que ya llevaba en mi maleta tres libros y no sabía si tendría tiempo para leerlos todos...
Una vez finalizado mi viaje, de paseo por mi ciudad, pasé por una de las librerías a la que soy asidua. Sin querer y casi sin darme cuenta, estaba dentro de ella. Buscaba aquel libro que me había llamado la atención en el aeropuerto, pero no recordaba su título. Sólo recordaba su portada y que en el título había el nombre de una mujer. Miré entre todos los libros y... nada, no encontré lo que buscaba.
Una vez en casa me propuse indagar a ver si localizaba el libro, y como Internet para algo tiene que servir, de alguna manera, no recuerdo cómo, encontré la reseña del libro.
Os dejo alguna de las frases que me han gustado, aunque como dije en una ocasión, las frases adquieren su sentido dentro del contexto del libro, no de forma aislada. Sin embargo, me atrevo a dejaros alguna...
" Y entonces, de repente, algo se movió en su interior,como si se hubiera abierto una ventana en su alma, permitiendo que entrara aire fresco en las esquinas más solitarias, frías y húmedas de su ser".
"Eso también será lo que el amor haga contigo Sebastian. Te hará creer que puedes volar si agitas los brazos o qeu eres capaz de respirar bajo el agua si te concentras lo suficiente. Es un sentimiento extraordinario..."
"...lo que más valor requiere, normalmente suele ser lo que más felicidad proporciona".
Y además hay recetas de cocina, recetas descritas tan extraordinairamente que uno puede imaginarse la olla, la mesa puesta, la buena conversación... Y cada receta está asompañada con una historia, una historia familiar que siempre guarda una pequeña ¿o quizás grande? moraleja.
No digo más acerca del libro, sencillamente, os invito a su lectura...
Sebastian es un niño que sueña con ser como los demás, con ser capaz de correr como el rayo en el campo de fútbol, chutar el balón de tal forma que haga una perfecta parábola y meter un golazo. Pero su corazón tiene una deficiencia desde que nació, lo que implica que no pueda cumplir sus deseos.
Sin embargo, Sebastian ha conseguido encontrar su sitio en el mundo gracias a su extravagante abuela Lola y a la pasión que ésta siente por la cocina. Los dos preparan juntos exquisitos y únicos platos portorriqueños, del país originario de su abuela.
La complicidad que surge entre ambos (un chico enfermo y una anciana) se convierte pronto en un poderoso lazo que consigue unir de nuevo a una familia desestructurada, pues, tal como siempre dice Lola,
"una comida preparada con amor no solo alimenta el cuerpo, sino también el alma".
Este es el relato extraordinario de un chaval que aprendió a danzar con la muerte y de cómo los pequeños logros de una familia pueden servir para rehacer corazones heridos de muy distintas formas.
El mofongo de La abuela Lola( publicado por juliacgs)
Últimamente,
me estoy dando aún más cuenta que de costumbre de que los traductores somos unos grandes desconocidos. Y no
solo los traductores literarios, de libros y demás. La traducción es una
profesión desconocida que, entre los que no la conocen (la gran mayoría), está
plagada de ideas preconcebidas, erróneas ¡e incluso estrambóticas! Si los
traductores intentan cambiar su situación, a veces se encuentran con gente muy ignorante,
malintencionada y despiadada que ve autobombo injustificado donde lo que hay no
es eso, sino el intento porque los demás comprendan lo que tan bien decía Juan
Cruz hace unos días en El País: los autores extranjeros no hablan español.
Los
traductores y nuestra solitaria, desconocida y, a veces, desagradecida labor no
somos los únicos que padecemos de invisibilidad: da la sensación de que, hoy en
día, todo provenga de un origen indeterminado y haya gente a la que le moleste
y le irrite profundamente que los traductores afirmemos con orgullo: «¡Yo he
traducido esta obra, que también, con permiso del autor, es mía!». Allá ellos a
quienes, ignorantes, les moleste: los traductores que llevamos a cabo proyectos
largos convivimos con ellos, nos levantamos con ellos, nos acostamos con ellos
y buceamos entre sus páginas en busca de la más mínima connotación, la intención
del autor, el sentido profundo del texto que nos ayudará a plasmarlo en una
lengua en la que no está escrito.
Y
todo esto viene a cuento de que hace ya más de dos semanas que salió a la venta
La abuela Lola: una novela deliciosa (en sentido tanto literal como figurado) que tuve el
placer de traducir durante el verano pasado, ¡así que esta entrada era algo que
tenía más que pendiente!
La
particularidad principal de esta novela es que su autora, de la que hablaré a
continuación, nació en La Habana, aunque vive en California y escribe en inglés
(claro, ¿de qué si no iba yo a dedicarme a traducir su obra?). Si la
invisibilidad del traductor es manifiesta cuando el autor tiene un nombre
extranjero, imaginaos lo que pasa cuando la autora se llama Cecilia Samartin.
Al
margen de reivindicaciones de la labor del colectivo traductor, yo tengo que
reconocer que, a diferencia de lo que desgraciadamente les pasa a otros (como
lo que le sucedió a Joan Sellent con el dramaturgo Edward Albee), he tenido una
suerte enorme con mis autores (al menos con aquellos con los que he tenido
contacto, aunque haya sido fugaz y, de momento, nunca en persona), porque son
un tesoro. En particular, Cecilia Samartin
es una mujer muy amable y positiva, con una voz increíblemente dulce y
tranquila, y que escribe con un estilo claro y sencillo, pero muy bien
hilado y
muy emotivo. Espero sinceramente que La abuela Lola tenga muy buena acogida en
España (después de haber pasado por países como Noruega y Suecia con un éxito
rotundo), porque se lo merece.
La
abuela Lola relata la relación especial que existe entre Sebastian, un chaval
enfermo de corazón cuya máxima ilusión sería poder jugar al fútbol, y su abuela
Lola, una puertorriqueña incansable, una mujer fuerte y dedicida, que adora
cocinar y a su familia.
Tengo
que reconocer que el título en español me encanta: Mofongo (su título en inglés),
que es el nombre de uno de los platos típicos puertorriqueños en torno al que
gira la acción de la novela, no hubiera sido tan evocador para los lectores
españoles. La abuela Lola es un título genial. Yo creo que a mí
no se me habría
ocurrido ninguno mejor. Además, la abuela de mi padre se llamaba Lola, y
todos en la familia la llamaban así, con lo que el título, entre mi
familia paterna tiene más gracia aún.
Traduje
La abuela Lola el verano pasado, con un calor insoportable, el aire
acondicionado se estropeó y tuvimos que bajar de urgencia a comprar un ventilador
para no morir asfixiados, y todos a mi alrededor me contaban que se iban de vacaciones
a disfrutar de no hacer nada y de descansar al solecito. De haber sido una
novela peor o más aburrida, creo que habría muerto de asfixia o me habría
subido por las paredes (he de reconocer que en algún momento, a pesar de todo,
estuve a punto). En lugar de eso, sobreviví al calor traduciendo los platos de
la abuela Lola y Sebastian, ¡e incluso probé a preparar un mofongo! (que no me
quedo nada mal para ser la primera vez, por cierto).
Por
lo demás, aparte del aumento de responsabilidad que cae sobre los hombros del
traductor cuando sabe que el autor de la novela podrá leer su trabajo, el tener
que enfrentarme a personajes cuya lengua materna era el español fue un arma de
doble filo: por un lado, si los personajes en inglés hablan en español y yo los
pongo a hablar en español, el efecto no será el mismo que en inglés, por supuesto, y toca
compensar en otros aspectos, pero por otro, a un nivel más profundo, el hecho
de que quien escribía hablara español me facilitó la tarea, pues sus
estructuras de pensamiento y sus referentes culturales, aunque estaban
expresados en inglés, me resultaban más familiares, creo, de lo que me sucedería con
otros autores con los que no existe ese vínculo lingüístico-cultural, cosa bastante curiosa, la verdad.
No
puedo contar mucho más a riesgo de destripar la historia que La abuela Lola
relata y que vuelvo a repetir: espero que guste mucho, porque merece la
pena. ¡Muchísimas gracias, Cecilia, por haberla escrito!
Aquí podéis leer el primer capítulo de la novela . ¡Espero que os guste!
Actualización:
Lo he estado pensando y se me había olvidado contaros algo: en mitad de la traducción de Mofongo, me entró un antojo incontenible por comer un cochinillo asado (probablemente, los que hayáis leído la novela lo entenderéis). Por eso, fuimos a matar el antojo a un restaurante de Madrid estupendo que se llama El pedrusco de Aldeacorvo y tengo prueba gráfica de ello (¡el cochinillo estaba delicioso!).
Aquí podéis leer el primer capítulo de la novela . ¡Espero que os guste!
Actualización:
Lo he estado pensando y se me había olvidado contaros algo: en mitad de la traducción de Mofongo, me entró un antojo incontenible por comer un cochinillo asado (probablemente, los que hayáis leído la novela lo entenderéis). Por eso, fuimos a matar el antojo a un restaurante de Madrid estupendo que se llama El pedrusco de Aldeacorvo y tengo prueba gráfica de ello (¡el cochinillo estaba delicioso!).
Los cochinillos de El pedrusco de Aldeacorvo. |
Otra "Abuela", esta vez escrita por Hans Chrsitian Andersen
Abuelita es muy vieja, tiene muchas arrugas y el pelo completamente blanco,
pero sus ojos brillan como estrellas, sólo que mucho más hermosos, pues su
expresión es dulce, y da gusto mirarlos. También sabe cuentos maravillosos y
tiene un vestido de flores grandes, grandes, de una seda tan tupida que cruje
cuando anda. Abuelita sabe muchas, muchísimas cosas, pues vivía ya mucho antes
que papá y mamá, esto nadie lo duda. Tiene un libro de cánticos con recias
cantoneras de plata; lo lee con gran frecuencia. En medio del libro hay una
rosa, comprimida y seca, y, sin embargo, la mira con una sonrisa de
arrobamiento, y le asoman lágrimas a los ojos. ¿Por qué abuelita mirará así la
marchita rosa de su devocionario? ¿No lo sabes? Cada vez que las lágrimas de la
abuelita caen sobre la flor, los colores cobran vida, la rosa se hincha y toda
la sala se impregna de su aroma; se esfuman las paredes cual si fuesen pura
niebla, y en derredor se levanta el bosque, espléndido y verde, con los rayos
del sol filtrándose entre el follaje, y abuelita vuelve a ser joven, una bella
muchacha de rubias trenzas y redondas mejillas coloradas, elegante y graciosa;
no hay rosa más lozana, pero sus ojos, sus ojos dulces y cuajados de dicha,
siguen siendo los ojos de abuelita.
Sentado junto a ella hay un hombre, joven, vigoroso, apuesto. Huele la rosa y
ella sonríe - ¡pero ya no es la sonrisa de abuelita! - sí, y vuelve a sonreír.
Ahora se ha marchado él, y por la mente de ella desfilan muchos pensamientos y
muchas figuras; el hombre gallardo ya no está, la rosa yace en el libro de
cánticos, y... abuelita vuelve a ser la anciana que contempla la rosa marchita
guardada en el libro.
Ahora abuelita se ha muerto. Sentada en su silla de brazos, estaba contando
una larga y maravillosa historia.
-Se ha terminado -dijo- y yo estoy muy cansada; dejadme echar un sueñito.
Se recostó respirando suavemente, y quedó dormida; pero el silencio se volvía
más y más profundo, y en su rostro se reflejaban la felicidad y la paz; se
habría dicho que lo bañaba el sol... y entonces dijeron que estaba muerta.
La pusieron en el negro ataúd, envuelta en lienzos blancos. ¡Estaba tan
hermosa, a pesar de tener cerrados los ojos! Pero todas las arrugas habían
desaparecido, y en su boca se dibujaba una sonrisa. El cabello era blanco como
plata y venerable, y no daba miedo mirar a la muerta. Era siempre la abuelita,
tan buena y tan querida. Colocaron el libro de cánticos bajo su cabeza, pues
ella lo había pedido así, con la rosa entre las páginas. Y así enterraron a
abuelita.
En la sepultura, junto a la pared del cementerio, plantaron un rosal que
floreció espléndidamente, y los ruiseñores acudían a cantar allí, y desde la
iglesia el órgano desgranaba las bellas canciones que estaban escritas en el
libro colocado bajo la cabeza de la difunta. La luna enviaba sus rayos a la
tumba, pero la muerta no estaba allí; los niños podían ir por la noche sin temor
a coger una rosa de la tapia del cementerio. Los muertos saben mucho más de
cuanto sabemos todos los vivos; saben el miedo, el miedo horrible que nos
causarían si volviesen. Pero son mejores que todos nosotros, y por eso no
vuelven. Hay tierra sobre el féretro, y tierra dentro de él. El libro de
cánticos, con todas sus hojas, es polvo, y la rosa, con todos sus recuerdos, se
ha convertido en polvo también. Pero encima siguen floreciendo nuevas rosas y
cantando los ruiseñores, y enviando el órgano sus melodías. Y uno piensa muy a
menudo en la abuelita, y la ve con sus ojos dulces, eternamente jóvenes. Los
ojos no mueren nunca. Los nuestros verán a abuelita, joven y hermosa como
antaño, cuando besó por vez primera la rosa, roja y lozana, que yace ahora en la
tumba convertida en polvo.
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