-Estamos hechos de pedazos.
Se hizo el silencio mientras daba un trago largo al vaso de vodka. Lo apoyó de nuevo en la barra, acunándolo con sus manos, como si quisiera calentarlas.
-Estamos hechos de pedazos, pero no, no me malinterpretes. No es que nos construyamos a nosotros mismos a base de pedazos, incorporando experiencias, acumulando ideas. No. Esos pedazos son los menos importantes.
El camarero seguía secando vasos, a punto de cerrar, y su mirada vagaba entre la tele sin sonido y el reloj de la entrada.
-Los pedazos importantes, los que nos hacen ser como somos, son los que la vida nos va arrancando. Como si nos tallara.
Acabó su bebida y con un gesto pidió la cuenta, provocando en el camarero un audible suspiro de alivio.
-Los cambios de casa, de barrio y de trabajo. Los amigos que perdemos. La gente que queremos y que un día ya no está. Los amores que rompemos o se rompen. Los sueños que se cumplen y dejan de ser sueños. Los sueños que un día descubrimos que nunca van a ser.
Rebuscaba en la ajada cartera de manera torpe y obsesiva, mientras seguía musitando.
-Son pedazos que van quedando atrás, dejando huecos. Huecos que casi siempre es estúpido tratar de llenar, porque esos huecos nos dibujan.
Dejó caer las monedas sobre la barra. En el silencio del bar vacío, el golpe del metal sobre la barra parecía prolongarse en un extraño eco.
-Son esos huecos, además, el lugar en que sentimos las ausencias que nos definen, el lugar en el que se asientan las memorias, los recuerdos que nos dicen quienes fuimos y, por tanto, quienes somos.
Enfundó sus brazos desgarbados en la chaqueta arrugada y se bajó del taburete, cuidadoso, con movimientos lentos y de una extraña precisión, con el equilibrio ostentoso del alcohol.
-Estamos hechos de pedazos perdidos.
Salió tras dar las buenas noches al camarero. Caminaba bajo la lluvia suave nimbado por el humo del cigarrillo.