A veces
me pregunto...
Apoyo
la muleta en el banco… me inclino
con lentitud marcada por los huesos marchitos. Mientras… apoyo una mano en la espalda y tomo asiento con
dificultad a tu lado.
Te miro
a los ojos. Sí… esos ojos de mirada risueña. Mirada
que mantienes viva a lo largo de los
años.
Mi mano
de piel rugosa y manchada por la edad roza la tuya. Percibo que conserva la suavidad
de la piel tersa y cuidada como antaño. A mi desgastada mente viene aquella
frase que me dedicaste un día -¿te acuerdas?- Me dijiste casi en un susurro - A
veces me pregunto... ¿es posible que acabe alguna vez nuestra historia? No lo
concibo. Porque de una u otra forma estaremos unidos... siempre”.
Y aquí
estamos, juntos… como siempre.
Nos
hemos amado, nos hemos peleado, nos hemos reconciliado y cada reconciliación ha
sido un torrente de amor que supimos compartir con la ilusión de dos
adolescentes.
Más
tarde llegaba nuestra soledad, nuestra nostalgia, nuestra necesidad de recibir
un abrazo eterno del otro… Para luego
caer inmersos en un mundo lleno de añoranza, de incomprensión, de soledad, de
necesidad de un amor que nunca llegaba a quedar reflejado en el espejo de
nuestras vidas. El final resultaba una y otra vez repetitivo y fatigoso… tú en tu casa, yo… en la mía.
Miro tu
boca y a pesar de los años sigue siendo una boca perfectamente dibujada. Al
encomendarme a la memoria recuerdo que solía musitarte mientras acariciaba tu
mejilla…
- Que boca más bonita tienes
Y tú… reías.
Reías
con esa carcajada chispeante y alegre que llegaba envenenada con pétalos de
rosa a mi corazón.
¡Cómo
me gustaba tu risa! Ahora te miro y pienso…
- ¡Cómo me gusta tu risa, mi adorado
amor!
Hoy…
Hoy,
estamos sentados en este banco de madera testigo de nuestra realidad.
Tú… con tu muleta.
Yo… con mi bastón.
Los dos… con la ilusión de coincidir
unos minutos juntos.
Unos
minutos…
Si… eso es lo que nos hemos dedicado toda la vida, unos
minutos. Y en realidad, siempre he deseado tener una vida para regalarte y… morar en la tuya.
Poder vivir
tus momentos y transformarlos en nuestros momentos.
Nuestra
historia, nuestra vida… está llena de
encuentros y desencuentros, regados con un amor infinito. Salpicados a su vez
con unas pizcas de un orgullo innecesario y traicionero. Orgullo que nos hemos
lanzado una y otra vez como si de una aguzada daga se tratase.
Después… el dolor nos hacía apartarnos.
Manteníamos silencio. Un silencio que solo éramos capaces
de mantener en la distancia, porque al encontrarse nuestras miradas, al momento
me convertía en esclavo ante la alianza de tus ojos… y mientras, el agitado mar de nuestros sentimientos
volvía a una retornada calma.
Más
tarde, una vez relamidas nuestras heridas, nos mirábamos a los ojos y un nuevo
día se abría en nuestros corazones para fundirnos en un abrazo. Primero tímido.
Después… después intenso y
prodigado.
Hoy…
Hoy
estamos aquí…
Juntos
en este banco.
Compartiremos
recuerdos. Reviviremos aquella mañana sentados sobre una manta, recordaremos
como el mar mecía nuestros seducidos corazones… Nuestro
primer beso… nuestros primeros sueños.
Sueños
iguales a los que aún hoy cobijamos.
Percibo
que te revuelves inquieta sobre la dura madera mientras intentas asir con gesto
trémulo la empuñadura de la muleta
- ¿Te vas?- Pregunto con probada
zozobra- Toma, coge tu muleta. Yo, aún
me quedaré un poco más.
Un día
más me miras sonriente y yo iré a mi casa con el cortejo de esa sonrisa.
Me
acostaré y cerraré los ojos con el anhelo en mi alma para que pase rápido el
tiempo.
Sí, ese
tiempo que ya no tenemos, que se termina y se lleva la vida al infinito del
olvido. Ese tiempo que fervientemente aún necesito para vivirlo a tu lado.
Sí… esa vida que teníamos para
vivir y jamás tuvimos la osadía de
otorgarnos.
Te
alejas como estrella fugaz y veo tus pasos avanzar a través de la ternura de mi
corazón. Percibo ese caminar lento y quejumbroso y siento… siento que aún te quiero más que amé… aquella bella mujer que fuiste.
Me
intento levantar del asiento mientras mis maltrechos huesos chirrían y
reflexiono…
- ¡Malditas caderas! Nunca dejarán de
dolerme.
Mientras… agarro mi bastón con las dos
manos y me levanto de forma quejumbrosa. Arrastro mis pies por las baldosas del
parque. Para olvidar el dolor de mis articulaciones, recuerdo el joven que fui.
Sonrío con añoranza. Inserto, no sin dificultad, la llave en la ranura de la
puerta de mi casa. Y el recuerdo vuelve a mi, sueño con tu mirada alegre, con
tu boca de delicado perfil, con tus brazos rodeando mi cuerpo…
Deseo
cerrar los ojos y que llegue mañana, un mañana, nuestro mañana.
Y así… volver a estar un nuevo día juntos…
Y
escuchar tu voz…
Y… vivir tu sonrisa, suspirar por una nueva caricia
oculta. Aunque en el fondo sé… que más pronto que
tarde, un día clausuraré para siempre la mirada… mi mirada y no volveré a repetir el
instante de verte más.
Acostado
en mi cama, miro al techo a través de la cortina de mis lágrimas… y en un susurro, como si de una plegaria se tratara,
apunto haciendo mías tus palabras…
-
¿es posible que acabe alguna vez nuestra historia?- Tras un largo lamento digo
en silencio- No lo concibo. Porque de una u otra forma estaremos unidos...
siempre”.
Jp.Torga_______