"La vida es una fuente interminable de reflexiones, desmedida como la eternidad, inagotables como la maldad e inmensas como el amor".
▼
jueves, 25 de abril de 2013
Se me va la voz, Alejandro Fernández
Como duele hoy,
hoy te extraño más que nunca y no estas aquí
lentamente hoy
me va causando tanto daño que no se vivir
Y se me va la voz, si no tengo tus ojos
y no siento el calor, si esas noches no son mías
y no estoy junto a ti, la razón para vivir
de rodillas, de rodillas junto a ti
Y se me va la voz, pensando que te has ido mujer
y no siento el calor, el calor de lo prohibido
y entrégamelo todo, que todavía llevo dentro
la razón de este recuerdo
Na na nara nara na na
Na na nara nara na na
En una noche fría buscando tu saliva
una brisa que libera refresca el corazón
enséñame la vida, porque contigo estoy dispuesto
a la razón y al corazón
Y se me va la voz, si no tengo tus ojos
y no siento el calor, si esas noches no son mías
y no estoy junto a ti, la razón para vivir
de rodillas, de rodillas junto a ti
Y se me va la voz, pensando que te has ido mujer
y no siento el calor, el calor de lo prohibido
y entrégamelo todo, que todavía llevo dentro
la razón de este recuerdo
Enséñame a vivir, pensando que te has ido mujer
y no estoy junto a ti, el sabor de lo prohibido
y entrégamelo todo, que todavía llevo dentro
la razón de este recuerdo
Na na nara nara na na
Na na nara nara na na
se me va la voz.
El nombre del viento (fragmento), Patrick Rothfuss
Las palabras son pálidas sombras
de nombres olvidados. Los nombres tienen poder, y las palabras también.
Las palabras pueden hacer prender el fuego en la mente de los hombres.
Las palabras pueden arrancarle lágrimas a los corazones más duros.
Existen siete palabras que harán que una persona te ame. Existen diez
palabras que minarán la más poderosa voluntad de un hombre. Pero una
palabra no es más que la representación de un fuego. Un nombre es el
fuego en si.
Cielo miénteme, la Luna desconcertante....
Cuando la Luna
llena está cerca del horizonte, la vemos más grande que cuando está más
alta, aunque lógicamente su tamaño nunca varía. Esta ilusión ha
fascinado a la humanidad desde épocas remotas. Ya en los comienzos del
siglo VII antes de Cristo este fenómeno fue descrito por pensadores
griegos y chinos. Aristóteles lo mencionó 350 años a. C. Sin embargo, a
día de hoy todavía no hay una explicación científica totalmente aceptada
para este efecto. La que más consenso tiene es la que lo describe como
una ilusión óptica. Al parecer, nuestro cerebro “inventa” el tamaño
grande de la Luna del mismo modo que en el dibujo (ilusión de Ponzo) nos
parece de mayor tamaño el punto negro más cercano al ángulo, aunque
ambos son iguales.
Ilusión de Ponzo.
Las dos líneas rectas convergentes hacen que veamos más grande el punto de la izquierda, pero los dos son iguales.
Las dos líneas rectas convergentes hacen que veamos más grande el punto de la izquierda, pero los dos son iguales.
Fuente:
http://www.quo.es
Los Jardines Perdidos de Heligan
En el extremo suroccidental de Inglaterra, entre las recortadas costas del mar Céltico y el Canal de la Mancha, se encuentra el condado de Cornualles, en inglés Cornwall, ubicación de los mágicos, extravagantes y surrealistas Jardines Perdidos de Heligan.
Sobrevivientes de múltiples azares, los Jardines de Heligan se
constituyen en el único escenario de Europa, donde es posible
redescubrir las primigenias técnicas de agricultura de los cinco
continentes, pues sus terrenos guardan vestigios de antiquísimas plantas
provenientes de lejanos lugares, que fueron llevadas allí por
coleccionistas y que con el tiempo formaron un jardín único, hoy
visitado por cerca de 400 mil personas cada año.
Y en un país como Inglaterra, tradicional por sus jardines
ornamentales, es inusual este espacio que trasciende la belleza: nutrido
por flores salvajes, plantas tropicales, mediterráneas, de tierras
áridas y templadas, hortalizas, especies italianas, una selva de la
flora exótica… Desde él se explican los problemas de conservación y
explotación del uso de la tierra y se enseña a retomar los antiguos
métodos de cultivo. No se otorgan respuestas, sólo la posibilidad de
conciencia.
Una intensa campaña y los mismos hechos han logrado cautivar a los
visitantes, brindándoles una historia romántica e instructiva: mostrar
cómo se han restaurado los jardines productivos a la manera en que sus
ancestros los cultivaron hace 100, 500 o más años: sostenible
localmente, con la imposibilidad de tener algo si cada uno no lo
cultivaba, generando un espacio con sentido holístico: la finca, el
establo de caballos para abono y transporte, los bosques para el
combustible, la producción de verduras, de flores, hierbas y plantas
medicinales.
Por ello The Lost Gardens of Heligan es un museo vivo,
situado en Cornwall, sur del país, en la cima del valle que besa la
aldea de pescadores de Mevagissey y que palpita en el corazón de un
territorio que se extiende a lo largo de 1.000 acres desde Gorran hasta
Mevagissey, poblado en el siglo XVI por fincas, aserraderos, minas,
molinos de harina, fábricas de cerveza, huertas productivas y jardines
de cocina.
Legado en Cornwall
Ocho siglos atrás, Heligan era parte de un estado que había
pertenecido a las familias Arundell y Hill y que luego terminó en manos
de la estirpe aristocrática de los Tremayne. Fue William Tremayne quien
en 1603, construyó la casa actual, poco común en Cornwall por estar
hecha en ladrillo, aunque hoy sólo permanecen las bases. Noventa años
después, William y Mary crearon dos largas extensiones que circundaban
un patio trasero. Y fue Henry Hawkins Tremayne, curador en Lostwithiel,
quien dibujó un plano entre 1780 y 1790, donde muestra la estructura de
los jardines que conocemos hoy y plantó la mayores franjas de
protección. Establecida la estructura del vergel las tres generaciones
siguientes, notables horticulturistas, se encargaron de ralizar las
colecciones de plantas.
Entre 1829 y 1851 John Hearle Tremayne dio un manejo especial al
jardín, construyó establos, delineó caminos con árboles ornamentales,
confeccionó la exótica “Selva” y, con su hijo, sembró palmas, helechos y
matas de bambú que hicieron particular esta área.
Pero
en 1916 el Departamento de Guerra les pidió en préstamo la casa para
destinarla como hospital de los soldados heridos. Al finalizar la Guerra
los Tremayne habían perdido su ímpetu y arrendaron la casa a los
Williamson, quienes se encargaron del mantenimiento básico, aunque la
“Selva” desapareció. Ya en la Segunda Guerra, queriendo los
norteamericanos invadir a Francia, se alojaron allí.
Para entonces la familia Tremayne vivía en su casa de Cornwall y
regresaba allí sólo en ocasiones, por lo cual fue perdiendo muchos de
sus trabajadores, sobre todo jardineros, que trabajan en la finca. Para
1970, totalmente Para entonces la familia Tremayne vivía en su casa de Cornwall y
regresaba allí sólo en ocasiones, por lo cual fue perdiendo muchos de
sus trabajadores, sobre todo jardineros, que trabajan en la finca. Para
1970, totalmente desilusionados, arrendaron la casa. Aunque las
transformaciones en este siglo fueron mínimas, todo lo vernacular y las
construcciones del jardín permanecieron intactas: Heligan continuaba
siendo valioso.
En 1990 John Willis, descendiente también de la familia Tremayne,
heredó los jardines, pero estaban totalmente abandonados y parecía
imposible hacer algo. Ese mismo año, durante una fiesta, se encontró con
Tim Smit, arqueólogo de la Universidad Durham del Norte de Inglaterra,
que anhelaba hallar una granja vieja y buscar objetos de interés
arqueológico, como herramientas de agricultura del pasado, y abrir un
museo.
Recuperando el pasado
Willis le manifestó su preocupación y le invitó a conocer lo que
quedaba de aquel lugar. Smit, que había visto una película inglesa
llamada “El jardín secreto” y pensaba que podía haberse inspirado en él,
aceptó. El 16 de febrero de 1990, acompañados también por John Nelson y
Robert Poole, recorrieron los jardines. Eran impenetrables debido a la
maleza y a la mora invasora y tuvieron que emplear machetes para abrirse
camino.
La
mayoría de las construcciones estaban en ruinas, no sólo por el tiempo
sino por los vientos de la época. Nada en el sendero era visible, sólo
los atormentados techos insinuándose entre los árboles. Palmas,
helechos, rodiendros de los Himalayas y árboles básicamente, eran los
únicos sobrevivientes. Hablaron de las posibilidades de recuperar aquel
lugar, de volverle a la vida.
Smit asumió la responsabilidad y Nelson expresó su respaldo. A ellos
se unió, en el invierno de ese mismo año, Philip McMIllan Browse,
director de la Royal Sociedad de Horticultura Gardens en Wisley y
trabajador para el Ayuntamiento. La preocupación de Philip era saber si
habían plantas suficientes para recuperar el jardín o si estaba
definitivamente arruinado. No era ni socio ni empleado, iba cuando tenía
tiempo. Observaba y dirigía la eliminación de maleza por si había algún
arbusto de valor, instruía y colocaba rótulos de advertencia.
Revivir
los jardines exigió cuatro años. De 1990 a 1993 fue la etapa de
“limpieza”: lavar, preparar el terreno, quitar la maleza. Phillips leía
sobre los jardines de esa época y hacía propuestas, basado en un mapa
de 1839 para encontrar el camino. A inicios de 1994 empezó la etapa de
recuperación: sembrar y construir. Mientras reconstruían las estructuras
del jardín y los invernaderos decidieron basar su trabajo en conceptos
de siglos atrás: jardines útiles para la comida, asuntos medicinales y
manejo autosuficiente a partir del manejo de bosques, campos, huertas y
jardines.
También brindarían empleo a mucha gente, tal como había sucedido en
el pasado. “Recuperaron” lo que pudieron encontrar entre 1890 e inicios
de este siglo. Los ingenieros trabajaron fuertemente, erigieron las
paredes que circundaban los jardines, limpiaron la tierra y
reconstruyeron los senderos y tapias… Otros, con paciencia y esfuerzo,
pudieron acabar con la salvaje mora… Y después se empezó la siembra de
plantas (incluso variedades de verduras utilizadas antes de 1900),
utilizando materiales, técnicas y herramientas tradicionales de aquellos
siglos: sin máquinas, sin motores de combustión.
Asumir
tales técnicas fue difícil, por ejemplo la de rotación, muy compleja,
ya que las plantas tienen sus necesidades específicas, o el
aprovechamiento que antiguamente se hacía de los bosques y la extracción
de palos para enredar arvejas o garbanzos. O también la obtención del
abono, pues antes habían establos de caballos para lograrlo… Fue difícil
porque hoy los bosques están abandonados y tampoco hay establos.
Pero ellos querían “repetir” el pasado: consiguieron materiales
similares, aprendieron las técnicas, si no podían comprar semillas de
una planta utilizaron cosechas para guardarlas, recuperaron 18 de las
24 variedades de papa, pues sólo 6 se venden en el mercado, apelaron al
conocimiento tradicional, busca la respuesta corta, invalida la
experiencia. Y, quizá lo más difícil, redescubrieron cómo mantener la
temperatura de la fermentación del bono para ciertas plantas: les
demandó más de dos años.
Philip
McMIllan Browsen recuerda: “Aprendimos dos técnicas tradicionales. Una:
practicar los tipos de rotaciones y las funciones orientadas de las
plantas, para evitar el incremento de enfermedades por peste y mantener
la fertilidad de los suelos. Otra: manejar técnicas sobre cultivo. Todo
manualmente, incluso el cultivo del suelo, donde practicamos la doble
excavación e incorporamos grandes cantidades de materia orgánica durante
la rotación, cultivamos la tierra, hicimos fertilización, riego… Y
utilizamos estiércol fermentado para, además de conservar el calor un
número de semanas, producir una cosecha o a calentar un vivero”.
Lo nuevo: lo antiguo
Mas no crearon nada nuevo, todo corresponde a otros tiempos. Con las
especies botánicas fue igual: las plantas hoy sembradas se utilizaron
durante 300 años en Inglaterra y es posible que originalmente fueran de
otros países, como los garbanzos de Norteamérica, aunque la mayoría son
plantas de Europa, como la papa. Para recuperar, por ejemplo, la
variedad de pino Jamaica, se necesitaban por lo menos cien plantas.
Era difícil conseguirla pero se dieron cuenta que existía en sur
África y de allá la trajeron. Lo mismo han hecho para recuperar otras
especies: visitar otros países americanos y conseguir las variedades que
no se han perdido.
La recuperación de los jardines productivos fue simultánea a la de
jardines ornamentales, pero siempre manteniendo la filosofía de Heligan:
recuperación y restauración correcta del periodo, hasta lograr la misma
semblanza que tenían 100 años antes, y manejarlos como en aquellos
días, con las propias manos, sabiendo con exactitud qué plantas cultivar
para ser fieles a la época.
Inicialmente
hubo poco dinero, pero el impulso se mantenía porque el equipo tenía el
mismo propósito. Después algunas personas u organizaciones como la
British Trust for Conservation Volunteers (BTCV) o la Comisión para el
Desarrollo del Campo, financiaron el sueño de Heligan: la estructura
costó casi 3/4 de millón de libras.
Los Jardines Heligan brindan empleo decenas de personas, de las
cuales algunas son permanentes, venden productos orgánicos, semillas,
plantas y elementos turísticos…
Porque la idea siempre fue crear un medio educativo para concientizar
a la gente de los conflictos sobre comercio genético y conservación,
problemas alimentarios que deben ser atacados y resueltos y sus
implicaciones sociales económicas, políticas, culturales.
El estilo de los jardines es típico del estilo Gardenesque del siglo XIX, con áreas de diverso carácter y en diferentes estilos de diseño.
Durante su visita, podemos encontrarnos colecciones de colosales
rododendros y camelias, lagos, estanques, jardines florales y de
hortalizas, un área salvaje de helechos de aire subtropical, un jardín
italiano y el único “Pozo de la Piña”
("Pineapple pit") que se conserva en Europa, método de cultivo de piñas
en climas fríos, desarrollado por jardineros ingleses durante la época victoriana, que consistía en el aumento de la temperatura, como consecuencia de la descomposición de materia orgánica.
En los jardines de Heligan, también, encontraremos varias esculturas de Susan Hill “vestidas” con la vegetación de los jardines.
Esculturas de Susan Hill "The Mud Maid" (La doncella de fango) & "The Giant's Head" (La cabeza del gigante)
Áreas:
La jungla: Se trata de un terreno donde originalmente se experimentó con plantas subtropicales, hace 150 años, así que aquí abunda la vegetación frondosa y húmeda. Hay cuatro estanques y la colección más grande de helechos, palmeras y árboles de bambú de toda Europa.
El Valle Perdido: Este terreno se utilizó, en origen, para quemar carbón y después de permanecer varios años cerrado se ha abierto de nuevo, con sus lagos y estanques reformados, al público. Actualmente se puede disfrutar de su flora y fauna autóctona, flores silvestres, árboles viejos y en sus aguas, peces y libélulas.
Las Tierras del Placer: Es un jardín para todas las estaciones.
Tiene 30 acres y se trata de una serie de jardines, dentro de un único
jardín, cada uno de los cuales tiene una característica: está el jardín
italiano, el de Nueva Zelanda, la Gruta de Cristal, el jardín de la
residencia de verano, el Fern Ravine, el jardín Sundial y el Flora con
camelias y magnolias.
Los jardines Productivos: Son los jardines que siglos atrás abastecían a la residencia de los Tremayne con frutas, vegetales, especias, flores y plantas ornamentales.
"Los Jardines Perdidos de Heligan" después de someterse a uno de los mayores, y más ambiciosos, programas de restauración en Europa, pone a disposición del público en general, más de 80 hectáreas
llenas de arte, fauna y vegetación, todo ello dentro de un entorno
mágico, extravagante e incluso, surrealista. Haciendo de Heligan y sus
jardines, una visita casi obligada para viajeros, turistas y de todos los amantes de la Naturaleza.
Fuente:
http://www.theprisma.co.uk
http://www.mimaria.es