Siento que me
voy alejando, que voy saliéndome poco a poco de esta realidad de las
mañanas y las tardes y voy entrando a un mundo que estoy construyéndome
con mis deseos y mis ansiedades y todas las cosas reprimidas que
empiezan a querer salírseme y que me empujan, casi sin darme cuenta, en
la incertidumbre, allí donde deberé quedarme sola, donde me da miedo ir
porque sé que tendré que asumir toda la responsabilidad del haberme dado
cuenta, del saber que no todo es aire y agua y pan y leche y que hay
algo más que nos rodea, que está en la atmósfera, que nos persigue y
espera para envolvernos en esa belleza dolorosa que quisiéramos
compartir y acercarla a los demás pero, al contrario, nos aleja, nos
hace sentirnos irreales, diferentes, como que acabáramos de nacer a un
mundo que no conocimos hasta entonces o como que hubiésemos llegado de
la estrella más cercana o de la más lejana y estamos abiertos totalmente
a las hojas, al ruido, sintiendo derramarse la vida, sintiendo que nos
acercamos a esa, la verdadera realidad, aunque todos crean lo contrario y
nosotros no podamos explicárselos.