Humana voz, Vicente Aleixandre



Duele la cicatriz de la luz,
duele en el suelo la misma sombra de los dientes,
duele todo,
hasta el zapato triste que se lo llevó el río.

Duelen las plumas del gallo,
de tantos colores
que la frente no sabe qué postura tomar
ante el rojo cruel del poniente.

Duele el alma amarilla o una avellana lenta,
la que rodó mejilla abajo cuando estábamos dentro del agua
y las lágrimas no se sentían más que al tacto.

Duele la avispa fraudulenta
que a veces bajo la tetilla izquierda
imita un corazón o un latido,
amarilla como el azufre no tocado
o las manos del muerto a quien queríamos.

Duele la habitación como la caja del pecho,
donde las palomas blancas como sangre
pasan bajo la piel sin pararse en los labios
a hundirse en las entrañas con sus alas cerradas.

Duele el día, la noche,
duele el viento gemido,
duele la ira o espada seca,
aquello que se besa cuando es de noche.

Tristeza. Duele el candor, la ciencia,
el hierro, la cintura,
los límites y esos brazos abiertos, horizonte
como corona contra las sienes.

Duele el dolor. Te amo.
Duele, duele. Te amo.
Duele la tierra o uña,
espejo en que estas letras se reflejan.





Es posible ser tragados por arenas movedizas?

Un tema muy recurrente en las películas de aventuras son las arenas movedizas. Cuando menos lo esperan, los "malos" de la película están siendo absorbidos por este asesino silencioso y en cuestión de unos minutos ya están enterrados bajo tierra, o "los buenos" caen en esa aparente tupida red y cuando parece que ya van aser tragados por esa masa, en el último instante aparece un personaje que los salva de tan crel muerte.

¿Qué hay de verdad en todo esto?
 
Caerse en unas arenas movedizas y quedar sepultado mientras te ahoga la arena es más bien un mito de las películas. Pero antes de entrar en el tema del artículo es necesario preguntarse: ¿Qué son las arenas movedizas?

Básicamente, son una mezcla de arena, arcilla, agua salada y aire. Éstas actúan como un fluido no-newtoniano. Esto quiere decir que, cuando no hay nada que ejerza presión sobre ellas, se comportan como un material sólido; sin embargo, cuando cualquier presión se ejerce sobre ellas, pasan a desmoronarse y a convertirse en una especie de líquido.

Las arenas movedizas son una mezcla de arena y agua o de arena y aire que parecen sólidas, pero que se vuelven inestables si las altera alguna tensión adicional. Los granos de arena que las forman suelen ser alargados en lugar de esféricos, lo que favorece que el espacio entre granos —ocupado por aire o agua— constituya entre el 30 y el 70% del volumen total. Esta configuración se desmorona cuando la fuerza de un peso, una vibración o la acción del agua vence el rozamiento que mantiene a las partículas en su lugar. El agua actúa como un lubricante y entonces la arena se comporta casi como un líquido y en ese estado no puede soportar tanto peso como la arena seca. Las arenas movedizas suelen ser poco profundas, por lo que no es fácil que nos hundamos más allá de unos decímetros. Eso es así porque una vez se ha expulsado el aire de los huecos los granos se compactan. De todas maneras es mejor no realizar movimientos bruscos para evitar la succión. Hay que permanecer inmóvil y pedir ayuda o realizar movimientos suaves buscando ofrecer mayor superficie de flotación.

Falacias y verdades

La primera razón lógica por la que no hace falta tener miedo de una muerte así es que el ser humano es menos denso que las arenas movedizas. Por tanto, en situaciones normales, tenderemos a flotar sobre ellas cuando lleguemos a cierto punto de profundidad (más o menos cuando las arenas nos lleguen a la cintura o el pecho nos pondremos a, literalmente, flotar sobre ellas). Por poner un ejemplo, es bastante más difícil flotar en el agua que en las arenas movedizas (es fácil de razonar, si flotamos en el agua porque tenemos una densidad menor que ella, flotaremos mucho mejor en una mezcla de agua y arena, ya que el sólido le da todavía más densidad a la mezcla).

La segunda razón es que, a pesar de lo que se cree, la profundidad de unas arenas movedizas no suele superar nunca el metro de profundidad. Exceptuando algunos casos aislados de mayores dimensiones, lo más normal es que un adulto se pueda sumergir en ellas como máximo hasta el pecho.

Entonces, ¿esto quiere decir que es imposible morir en unas arenas movedizas? Por supuesto que no. Evidentemente se han registrado muertes, pero no por las causas que podemos ver en el cine.
El verdadero peligro está en no poder salir de ellas y morir de hambre, calor o agotamiento, o efectivamente ahogado en el agua al subir una marea cercana. Aunque este tipo de muerte parezca ser el más fantasioso, es uno de los más comunes, ya que las arenas movedizas se suelen localizar siempre en zonas de costa o cerca de lagos y ríos.

Dicho esto, queda bastante claro que la muerte se produce al quedarse "atascado" en ellas y pasar horas y horas allí. Pero tampoco hace falta preocuparse: las muertes no son algo común, en la mayoría de los casos se evitan con facilidad.

El clásico truco de "¡no hagas movimientos bruscos!" resulta ser la única forma de salir fácilmente. Como se dijo al principio, la presión ejercida por el cuerpo es la responsable de que las arenas se comporten como un líquido, por lo que si luchamos contra ellas y ejercemos aún más presión, lo único que conseguiremos es hundirnos más en unas arenas cada vez menos viscosas y más líquidas.

Y además de empeorar la situación, movernos no resultará nada fácil: Para mover un pie sumergido en las arenas movedizas a la velocidad de 1cm por segundo es necesario ejercer una fuerza de más de una tonelada (lo necesario para levantar un coche mediano, por ejemplo).

Como se suele decir, para salir de aquí "más vale maña que fuerza". Básicamente lo que habría que hacer es distribuir el peso corporal de forma que la presión ejercida sea cada vez menor. Es decir, el objetivo sería recostarse sobre la espalda y "tumbarse" sobre las arenas movedizas (literalmente, "flotando" en ellas) hasta sacar las piernas. Cuando las piernas estén fuera, lo demás es bastante más fácil,
ya que basta con escapar arrastrándose por el suelo.



El corazón de las tinieblas (fragmento), Joseph Conrad,

Pensaba que su recuerdo era como los otros recuerdos de los muertos que se acumulan en la vida de cada hombre... una vaga huella en el cerebro de las sombras que han caído en él en su rápido tránsito final. Pero ante la alta y pesada puerta, entre las elevadas casas de una calle tan tranquila y decorosa como una avenida bien cuidada en un cementerio, tuve una visión de él en la camilla, abriendo la boca vorazmente como tratando de devorar toda la tierra y a toda su población con ella. Vivió entonces ante mí, vivió tanto como había vivido alguna vez... Una sombra insaciable de apariencia espléndida, de realidad terrible, una sombra más oscura que las sombras de la noche, envuelta notablemente en los pliegues de su brillante elocuencia. La visión pareció entrar en la casa conmigo: las parihuelas, los fantasmales camilleros, la multitud salvaje de obedientes adoradores, la oscuridad de la selva, el brillo de la lejanía entre los lóbregos recodos, el redoble de tambores, regular y apagado como el latido de un corazón... el corazón de las tinieblas vencedoras. Fue un momento de triunfo para la selva, una irrupción invasora y vengativa, que me pareció que debía guardar sólo para la salvación de otra alma. Y el recuerdo de lo que había oído decir allá lejos, con las figuras cornudas deslizándose a mis espaldas, ante el brillo de las fogatas, dentro de los bosques pacientes, aquellas frases rotas que llegaban hasta mí, volvieron a oírse en su fatal y terrible simplicidad.