El primer ser humano que, junto a Neil Armstrong, puso el
pie en la Luna vivió su verdadera odisea en la Tierra. Buzz Aldrin ha
contado a Ángela Posada-Swafford las dificultades personales que hubo de
superar para convertirse en el brillante defensor de la exploración
espacial que es hoy.
Buzz Aldrin: "La NASA no tuvo en cuenta el impacto emocional de llegar a la Luna.
Las 21 horas y 31 minutos que el astronauta Edwin Buzz Aldrin permaneció en la superficie lunar el 20 de julio de 1969 le trajeron fama y reconocimiento. Pero una vez de regreso a la Tierra, cayó en el alcoholismo y la depresión,
se divorció dos veces y trabajó como vendedor de coches mientras
buscaba algo que llenara el espacio que le dejó... bueno, el espacio.
Ahora tengo frente a mí a un hombre de 79 años, bronceado y en excelente
forma física. Tan agudo como en su juventud, despliega una gran
actividad en apoyo de la exploración espacial. Me habla sin reservas
acerca de su experiencia lunar y terrenal.
“Con frecuencia me
he preguntado por qué todo el mundo se siente obligado a decirme dónde
estaba en el momento en que Neil Armstrong y yo protagonizamos el primer alunizaje de la historia. En retrospectiva, creo que uno de los logros más tangibles, valiosos y significativos del Apollo 11 fue unir al planeta”, afirma.
No obstante, Buzz siempre ha tenido problemas para poner en palabras la
grandeza de ese momento. “La gente quiere saber qué sentí”, dice.
“Éramos militares y se suponía que no debíamos expresar nuestras
emociones. El corazón me latía a mil por hora, pero a la vez era
consciente de que debía guardar la compostura. Lo que experimenté es
algo para lo cual me había entrenado innumerables veces. Pretendíamos
controlar esos instantes de la manera más calmada posible y desempeñar
de la mejor forma la tarea que se nos había encomendado. Aunque suena
aburrido, lo que hicimos fue extraordinario. Al volver, quería decir
algo profundo en mis discursos, pero yo era un ingeniero, no un poeta. No hallaba las palabras adecuadas”.
Y sin embargo, su descripción de la Luna como una “magnífica desolación”
es una de las más citadas en la literatura de la exploración espacial.
Estamos en un simposio del Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT),
celebrando el 40 aniversario de la gesta del Apollo 11. Además
de formarse como piloto de la Fuerza Aérea en la academia militar de
West Point, Aldrin –apodado Buzzer (timbre) por sus hermanas menores– se
doctoró en astronáutica por el MIT. Su especialidad eran los encuentros
en órbita entre dos naves espaciales. Por eso lo llamaban Dr.
Rendezvous –“a veces con respeto y otras con ironía”, recuerda–. Y por
eso la revista Life lo describió entonces como “la mejor mente científica en el espacio”.
Hoy, el MIT es un desfile de luminarias de los días lunares. Entre ellos aparecen Neil Armstrong, que vive en su granja de Ohio en reclusión casi total, y Jack Schmitt, del Apollo 17 (1972), un carismático astronauta-
geólogo que también fue senador. Pero la gente gravita hacia Buzz, que
habla generosamente con todo el mundo blandiendo su nuevo libro. Se
llama, precisamente, Magnífica Desolación.
“Como estábamos en la Luna,
obviamente nos perdimos el espectáculo en la Tierra”, dice con sorna.
“Claro que durante la cuarentena –Aldrin, Armstrong y su compañero Mike
Collins estuvieron recluidos en un habitáculo 21 días ante la
posibilidad de que portaran agentes patógenos–, el show fuimos
nosotros. Parecíamos más una troupe circense que un grupo de
exploradores espaciales. Durante ese período descubrí que beber era la
mejor forma de celebrar el momento culminante de mi carrera. Así, cuando
nadie prestaba atención, yo me agenciaba el whisky que guardaba el
médico en su botiquín. Después, recorrimos el mundo durante dos años. Al
principio era emocionante y divertido; la gente se agolpaba para
vernos. Conocimos al Papa, a reyes y reinas, presidentes, primeros
ministros y celebridades; hasta dormimos en la Casa Blanca. Siempre
dábamos el mismo discurso. Pero dos años es mucho tiempo descuidando a
la familia, un ajetreo agotador. Estábamos deseando regresar para
colaborar en las misiones siguientes”.
Era inevitable preguntárselo: sí, le molestó ser el segundo en salir,
después de Armstrong. Sobre todo cuando lo presentaban como tal –“ni
que Mike y yo fuéramos las comparsas de Elvis”– o cuando se imprimió el
famoso sello con la leyenda Primer Hombre en la Luna. “Podrían haber
puesto Primeros Hombres. Aparte de ser sumamente competitivo, al igual
que cualquier astronauta, siempre pensé que el título de segundo era
degradante; en su lugar, la prensa se debería haber referido a mí como
miembro de la primera misión en llegar a la Luna. Nadie parecía
interesado en preguntarme aspectos de la misión, que aún me encanta
recordar. Siempre incidían en lo mismo: si me molestó. Tengo que admitir
que ir a la Luna fue más fácil que aquellos dos años de actos públicos.
Nos habíamos convertido en la cara visible de la NASA,
pero la agencia no prestaba atención a nuestras necesidades
psicológicas. No tuvieron en cuenta el impacto emocional que la fama
instantánea necesariamente tendría en hombres que habían pasado la mayor
parte de sus vidas adultas en la cabina de un avión”.
La
realidad se le vino encima a Buzz Aldrin el día que terminó el tour
mundial. “¿Y ahora qué?”, escribe en Magnífica Desolación. “¿Qué hace
una persona cuando ha logrado el sueño de su carrera? ¿Qué hace un hombre a los 39 años tras haber caminado sobre la Luna? Sabía
que nunca repetiría aquello, y en la NASA quedé relegado a ser una
especie de embajador. No podía trabajar como astronauta. Por añadidura,
el interés público en el espacio comenzaba a evaporarse. Yo ya no estaba
sometido a una disciplina, y por primera vez en mi vida, no tenía una
meta. Sin darme cuenta, comencé a beber en serio. Eso se sumó a mi
depresión crónica; había días en que no encontraba una razón para salir
de la cama. Algo en mi interior se estaba resquebrajando”.
En
los años 70, el colapso nervioso destrozó su matrimonio, su billetera y
su autoestima. Cada vez que algo no salía como esperaba, se sumía en
unas melancolías “improductivas”, negándose a todo menos a dejar la
botella de Jack Daniel’s. Un ejército de psiquiatras le hizo
poco a poco enfrentarse a sus miedos: su abuelo se pegó un tiro en la
cabeza y su madre –que increíblemente se llamaba Marion Moon (Luna)– se
suicidó con pastillas para dormir. No pudo resistir la fama de su hijo
ni las fuerzas destructivas de sus genes. “¿Ahora me toca a mí?”, le
preguntó al psiquiatra un día. “¿Está pensando en suicidarse?”, dijo el
médico. “No creo”, contestó Aldrin. “¿Cómo lo sabe?”. “No me podría
matar porque ni siquiera sería capaz de decidir cómo hacerlo”.
Finalmente dejó la NASA y se unió de nuevo a la Fuerza Aérea, pero su papel como comandante de la escuela de pilotos
de prueba de la Base Edwards, en California, terminó con la destrucción
de dos jets T-38 –los pilotos sobrevivieron– que volaban sin la
supervisión adecuada. “La verdadera razón del fracaso fue que, a
comienzos de los 70, admitir que estabas buscando ayuda por padecer
alguna enfermedad mental o alcoholismo era una puñalada de muerte a tu
carrera militar y un puñetazo a tu vida social”.
Aldrin terminó
vendiendo cadillacs en Beverly Hills, aunque prefería hablar con los
clientes sobre motores espaciales . “Había tocado fondo”, escribe. “La
bebida me tenía atrapado. Dejé a mi segunda esposa, sufrí un accidente
de coche, fui arrestado por ebriedad, dejé pasar varias oportunidades de
publicar libros y perdí la confianza de las organizaciones con las que
trabajaba como consultor. El psicólogo Carl Jung había escrito algo a mi
medida: los vuelos espaciales son un simple escape, una fuga, porque es más fácil ir a Marte o a la Luna que conocerse a uno mismo. Soy testigo de ello”.
A mediados de los 80, el héroe caído levantó cabeza. Logró salir del
agujero interviniendo como orador en las sesiones de Alcohólicos
Anónimos y escribiendo su primer libro, Regreso a la Tierra. “En cuanto
entendí que un héroe también podía ser vulnerable a la depresión y la
bebida, que aunque todos me vieran como Supermán no hacía falta que
tratara de serlo, comencé a salir adelante. Comprendí que siempre me
había visto a mí mismo como el centro del mundo y que, ya fuera por mi
fama o por mi inteligencia, la gente me dejaba salirme con la mía.
Entonces me vi como lo que realmente era: un tipo normal con problemas,
como los de mis compañeros de Alcohólicos Anónimos. Bebí mi última copa
en octubre de 1978”.
Usando su propio lema de “Dios, concédenos
la serenidad para aceptar las cosas que no podemos cambiar, el valor
para cambiar las cosas que podemos cambiar y la sabiduría para ver la
diferencia”, se casó nuevamente. Así define a Lois, su actual esposa:
“Una pequeña y dinámica rubia platino que me salvó la vida”.
No es coincidencia que el simpático personaje Buzz Lightyear de la película Toy Story fuera
bautizado así en su honor, pues ambos comparten la misma pasión sin
límites por la exploración espacial. Su cruzada desde entonces ha sido
renovar el interés de los norteamericanos por el espacio. Guiado por ese
afán, le presentó a la NASA un plan para facilitar los viajes entre la
Tierra y la Luna o la Tierra y Marte, una enorme nave espacial –el Aldrin Cycler– que sirviera como línea de autobús entre planetas.
“Esta nave, que tendría capacidad para 50 o más astronautas,
viajaría en un perpetuo ciclo orbital entre la Tierra y Marte,
recogiendo y dejando pasajeros y objetos con pequeños vehículos.
Transportar grupos grandes reduciría los costos de lanzamiento de manera
notable. Además, se usarían cohetes reutilizables para el viaje de
regreso”. Aldrin tiene otras propuestas para resucitar el interés en la
aventura espacial. “He apoyado, y lo sigo haciendo, la idea de llevar
artistas, escritores, músicos o poetas fuera de la Tierra, de
proporcionarles una experiencia directa. Mi amigo el cantautor John
Denver quería ir, y pienso que la NASA perdió una oportunidad de oro
cuando se lo negaron. No hay nada como una canción o una película para
llegar a la gente”. Por eso mantiene una estrecha amistad con los
cineastas James Cameron, Ron Howard y Tom Hanks, todos astronautas
frustrados.
Buzz quiere ir más lejos: “Es la gente corriente la
que tiene que ir al espacio. La forma de hacerlo es montar una lotería
cuyo premio fuera el viaje. Desde hace diez años, mi fundación ShareSpace intenta
poner en práctica este proyecto. También creo en lo que están haciendo
Burt Rutan y Sir Richard Branson con el lanzamiento del magnífico
vehículo suborbital SpaceShipTwo. Involucrar al sector
comercial es el camino a las estrellas. Desde que el transbordador
comenzó a volar, más de 100 asientos han viajado sin ocupantes. Si
hubiéramos imitado a los rusos, vendiendo cada sitio vacío a 20 millones
de dólares, nuestro programa espacial habría recaudado más de 2.000
millones de dólares. ¿Y por qué no hacer un reality show, una especie de
Operación Astronauta?”
Cuando le pregunto su opinión sobre la
dirección que está tomando el programa espacial estadounidense, Aldrin
cambia de tono. “Los bandazos en las prioridades de la NASA
no son nada nuevo, y siempre resultan delicados. Cualquier cambio de
planes que no tenga éxito se traduce en años de retrasos. Por ejemplo,
la transición de las misiones Apollo al transbordador espacial. Los viajes a la Luna tuvieron como sucesor al Skylab,
una enorme estación orbital. Debimos continuar con eso, en lugar de
apostar por algo tan complejo, costoso e insatisfactorio como los transbordadores. Es verdad que han llevado a cabo trabajos importantes, como instalar el telescopio Hubble y construir la Estación Espacial Internacional, pero supusieron un desvío de lo que debe ser la exploración americana del espacio”.
“El diseño de los cohetes Ares I y Ares V, dos vehículos para lanzar
tripulación y carga por separado, se aleja del plan original, que era
usar los derivados del transbordador”, critica en su último libro. “Me
entristece que nuestra nación se haya quedado atrás en la carrera
espacial. Llevo años sugiriendo que se retrase el retiro de los
transbordadores –la NASA en principio tenía previsto jubilarlos en
2010–, dejando uno en reserva que trabajara en años alternos y
manteniendo otro atracado a la Estación Espacial Internacional como
parte permanente de la estructura. Hoy en día contamos con la tecnología
suficiente para evitar otro parón en la exploración espacial, pero sólo
si la NASA se une con empresas aeroespaciales comerciales que
actualmente están desarrollando sus propios vehículos”.
En Magnífica Desolación
describe la misión lunar con buenas dosis de humor negro. Aldrin, por
ejemplo, muestra su inquietud ante el riesgo de que se les cerrara la
escotilla del módulo de alunizaje, condenándolos a él y a Armstrong a
una lenta agonía. Cuando descubre que es difícil plantar la bandera
estadounidense en el suelo lunar, se imagina a millones de personas
riéndose de su humillación pública. Y tiene sudores fríos cuando se ve
obligado a usar un bolígrafo para encender el interruptor del motor del
módulo lunar. “Éramos seres humanos llevando a cabo una tarea muy
complicada. Teníamos que improvisar”.
Ese era el gran atractivo de las misiones Apollo:
unos treintañeros, con corte de pelo a lo militar, jugándose la vida en
un lugar donde nadie había estado antes. Aldrin quiere reactivar ese
espíritu. Y lo está probando todo: libros y juguetes para niños,
Twitter, canciones de rap... “Creo que la humanidad debe aventurarse ahí afuera. Cuando los primeros hombres y mujeres pisen Marte, yo estaré allí, ya sea viéndolo en mi televisor o mirando desde las estrellas”.
Fuente: Muy interesante, (2009)